Opinión

El futuro de la educación en Argentina: entre el progreso y la auditoría necesaria

El senador provincial por el PRO Martín Rostand opina sobre el sistema educativo.

Martín Rostand
Senador provincial en Mendoza por el PRO

La crisis educativa en Argentina ha llegado a un punto de inflexión. El veto del presidente Milei a la Ley de Financiamiento para las Universidades ha desatado un debate urgente sobre las prioridades en el gasto público. Mientras Milei sostiene que es necesario enfocar los recursos en la educación básica, su postura contrasta con la visión integral que planteó Mauricio Macri durante su gestión, donde se buscaba mejorar la educación desde los primeros niveles hasta la universidad, pero garantizando también la eficiencia en el uso de los recursos.

Los problemas son evidentes. En la primaria, el 40% de los estudiantes tiene un mal desempeño en lengua y el 50% en matemáticas. En secundaria, ocho de cada diez jóvenes no comprenden lo que leen, y de los que se gradúan, solo cuatro de cada diez pueden entender un texto. Esta realidad muestra el colapso de la educación básica, pero también señala la urgencia de reformar el sistema en todos sus niveles.

El veto de Milei y su énfasis en priorizar la educación inicial plantea una cuestión relevante: ¿cómo podemos garantizar que los fondos destinados a las universidades realmente mejoren el sistema educativo? Universidades como la Universidad de Buenos Aires (UBA) reciben una porción significativa del presupuesto público, pero su administración ha sido objeto de críticas. A pesar de sus logros, la UBA enfrenta problemas estructurales como carreras superpobladas y programas desactualizados, especialmente en campos clave como la ingeniería, donde se sigue enseñando física newtoniana sin incorporar los avances de la física cuántica, fundamentales en el contexto global actual.

Frente a este panorama, la necesidad de auditar los gastos de universidades como la UBA es fundamental. El objetivo no debe ser recortar fondos indiscriminadamente, sino asegurarse de que el dinero se utilice de manera eficiente y en proyectos que verdaderamente modernicen la educación superior. Universidades como la Universidad Nacional de Cuyo y el Instituto Balseiro son ejemplos de cómo una gestión eficiente y orientada a la innovación puede generar resultados de alto impacto. El Balseiro, en particular, es un referente internacional en física e ingeniería, y ha sabido integrar la investigación avanzada con la formación de profesionales altamente capacitados, algo que otras universidades deberían emular.

Durante la gestión de Macri, se reconoció la importancia de una universidad fuerte, pero también eficiente. La propuesta no era recortar, sino modernizar. Es necesario que las universidades se adapten a los desafíos del siglo XXI, integrando avances tecnológicos, ciencia de vanguardia y una formación profesional que responda a las necesidades del mercado laboral. Además, deben rendir cuentas claras sobre el uso de los recursos públicos, garantizando que se destinen a proyectos de investigación, desarrollo y modernización que impulsen el crecimiento del país.

Joan Manuel Serrat, en su canción "Esos locos bajitos", nos recuerda cómo un sistema educativo rígido y obsoleto puede sofocar la creatividad y el pensamiento crítico. Esta reflexión es más pertinente que nunca, en un contexto donde la falta de adaptación y la ineficiencia amenazan con dejar a la Argentina fuera de los avances científicos y tecnológicos globales.

El debate actual sobre el veto presidencial no debe centrarse únicamente en el gasto público, sino en cómo construir un sistema educativo más moderno, eficiente y capaz de formar ciudadanos críticos y competitivos. Como dijo Mark Twain: "La educación consiste principalmente en lo que hemos desaprendido". Es hora de desaprender viejas prácticas y construir un sistema que responda a las necesidades del presente y del futuro, auditar los recursos y modernizar nuestras universidades para impulsar el desarrollo del país.

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