Muertes terribles en Mendoza
Excesos a causa del odio político tuvieron a Mendoza como escenario en el pasado y recoge historias al respecto Luciana Sabina.
El joven gobernador estaba de pie cuando uno de sus verdugos comenzó a decapitarlo utilizando un cuchillo. Su cuerpo cayó y "por largo rato -señala Juan Méndez- anduvo como quien anda a gatas. Mientras tanto, la cabeza, separada y tomada por un soldado de los cabellos hacía las más extrañas gesticulaciones: los ojos se abrían y cerraban girando de derecha a izquierda y viceversa y echando miradas de frente, sin apagarse, mientras el labio inferior se colocaba muchas veces debajo de los dientes con un movimiento natural y poco forzado como cuando la ira nos hace contraer de ese modo la boca. La cabeza vivió de ese modo 12 minutos y el cuerpo del mismo después de estar inmóvil presentó otro fenómeno de vitalidad".
Se habían cumplido los designios de Rosas, esa especie de semidios tirano que parecía alimentarse con sangre. Pero faltaba más y ante los ojos expectantes del pueblo siguieron ensañándose con el cuerpo. Extrajeron retazos de su piel fabricando una manea, elemento utilizado para atar las extremidades del caballo. La cabeza, clavada en una pica, fue expuesta en la plaza principal de Tucumán. Recién entonces se marcharon; riendo, felices, bañados en muerte.
Aquél 3 de octubre de 1841 mientras Marco Avellaneda era degollado, su hijo Nicolás -futuro presidente de la Nación- cumplía cuatro años escapando con su madre rumbo a Bolivia.
Pasados tres meses la cabeza seguía en la plaza, escarmentando a cualquiera que osara desobedecer al Restaurador. Doña Fortunata García de García -harta de esta situación, injusta y humillante- se acercó a la plaza y robó la cabeza. La mítica luna tucumana fue testigo cómplice mientras envolvía la extremidad carcomida con el alma en vilo, pues de ser descubierta seguiría el mismo destino. Su corazón saltaba paso a paso y el corto trayecto hasta el hogar le pareció enorme. Conteniendo todo atisbo de repugnancia lavó el botín macabro, lo colocó en una caja y fue directo hacia el convento de San Francisco para entregárselo a los frailes. Ellos le dieron sepultura secreta.
En 1888 siendo presidente Nicolás Avellaneda recuperó la cabeza de su padre y desde entonces descansa en La Recoleta.
Historias como esta nutren nuestro pasado, al punto de que el médico historiador Marcial Quiroga habla de un verdadero "Martirologo Patrio". En muchas oportunidades, Mendoza fue testigo y parte.
Así asesinaban y torturaban los caudillos
A mediados de 1815, el gobernador de Cuyo Luzuriaga mandó fusilar a los revoltosos hermanos Carrera y envió los gastos de las ejecuciones a su padre octogenario, que en Chile no salía de su asombro.
Seis años más tarde un tercer hermano corrió idéntico destino, aunque esta vez, la barbarie se manifestó de lleno: "Luego del fusilamiento -señala Marcial Quiroga- hubo un desfile de las tropas siendo posteriormente decapitado, cortándole además el brazo derecho, permaneciendo ambos extremos durante mucho tiempo en el Cabildo de Mendoza".
Poco después, en septiembre de 1829, tras vencer en la Batalla del Pilar -desarrollada en Godoy Cruz, donde hoy la recuerda un barrio- el temerario Fraile Aldao encontró el cadáver de su hermano Francisco y enfurecido comenzó una carnicería. Entre los prisioneros fusilados estuvo el doctor Francisco Narciso Laprida, presidente del Congreso de Tucumán al declararse la Independencia y gran colaborador de San Martín.
Con respecto a esta muerte existen dos versiones, ambas bestiales. Según una de las tradiciones fue enterrado hasta el cuello pasando un tropel de caballos sobre su cabeza, práctica espantosamente común por entonces. La otra versión lo muestra rodeado y herido con una lanza por la espalda. Al caer, todos se habrían lanzaron sobre él, degollándolo y descuartizándolo. En su poema "Conjetural", Jorge Luis Borges rescata esta última, mucho más acorde a su mundo literario.
Lamentablemente no todo terminó allí. Posteriormente Aldao se ensañó con nuestra capital y sus alrededores. Hubo saqueos, violaciones y asesinatos. Entre los muertos estaba un joven periodista de apellido Salinas, que días antes había animado al bando unitario a través de la prensa. "La madre de otro joven encontró los despojos del cuerpo de su hijo colgados frente al Cabildo -especifica Correas-, donde había sido puesto para escarmiento, junto a otros cadáveres, y tardó en reconocerlo pues le habían despellejado el rostro a cuchillo".
Durante días, los difuntos permanecieron insepultos, regando calles, entre acequias y viñas. Nadie se atrevió a enterrarlos por temor a seguir su suerte. Mendoza jamás perdonó estos excesos a Aldao.