Historia

El valiente Roque Sáenz Peña

Muerte de Roque Sáenz Peña y repercusiones. Lo cuenta Luciana Sabina.

Luciana Sabina

Los miembros del Senado comentaban con satisfacción la enfermedad del presidente, jamás le perdonarían que diera voz y voto a las masas. Sin otra opción, en febrero de 1914 el Congreso le otorgó licencia por tiempo indeterminado. Se retiró entonces a San Isidro dónde lo visitaban sus ministros, que acababan de presentar la renuncia.

Roque Sáenz Peña estaba muriendo con la tranquilidad de haber cumplido su palabra: "No es bastante garantizar el sufragio -dijo- sino que necesitamos crear al sufragante (...) no encuentro ninguna reacción más apremiante que la que tiene por objeto el voto público".

Poco presente en el colectivo imaginario, tiró abajo la puerta del conservadurismo y posibilitó -gracias a un coraje expresado en ley- elecciones populares. Aun siendo miembro de la oligarquía y exponente de sus formas culturales, entendió que la clase media debía tener gravitación política. Dio así el primer gran paso en nuestra vía democrática. Camino en el que destacan días como el de mañana, cuando por primera vez se producirá un balotaje en Argentina.

Este hombre hablaba a sus contemporáneos de "partidos que deliberan, pueblos que eligen y gobiernos que administran". Separó la política de la administración: el Presidente se debía al pueblo y no a su partido. Algo que él mismo hizo, consiguiendo el repudio de su facción.

Cuando a Belgrano le robaron los dientes

La reforma que llevó a cabo creó al votante, saneó las prácticas electivas y comenzó a establecer el respeto por la opinión pública. Además, combatió los personalismos y la elección de candidatos a dedo. No tuvo tiempo de hacerlo, pero expresó la necesidad de una reforma institucional que limitara la omnipotencia presidencial. De lo contrario, señaló, la garantía de la libertad del sufragio seguiría dependiendo de la conducta del gobernante. Reflexión acertada que los argentinos hemos comprobado amargamente en muchas oportunidades.

En 1914 el mundo se agitaba entre nacionalismos encontrados. México seguía inmerso en la Revolución encabezada por Pancho Villa y Emiliano Zapata; el tercer Censo Nacional nos decía que éramos ocho millones de habitantes, de los cuales el 30% provenía del extranjero. Los mendocinos se precipitaban con curiosidad al Cerro de la Gloria a conocer el Monumento al Ejército de los Andes, inaugurado el mismo día en que el gabinete de Sanz Peña renunció. Y mientras los estudiantes porteños hacían manifestaciones en la Plaza del Congreso en apoyo a México -ante la repentina invasión estadounidense-, el Archiduque Francisco Fernando de Austria era asesinado y comenzaba la Primera Guerra. También aquel año, a las dos de la mañana del 9 de agosto, moría el Presidente.

Roque Sáenz Peña fue velado en el Salón Blanco de la Casa Rosada. Asistieron todos los hombres con algún cargo o vinculación pública, pero al hombre común se le prohibió ingresar. El pueblo se agolpó entonces en Plaza de Mayo a la espera del féretro.

Al sepelio asistió José Ingenieros, quien detestaba a Sanz Peña al punto de escribir "El hombre mediocre" para satirizarlo. Cuenta Manuel Gálvez que el entierro fue la mayor aglomeración vista en Buenos Aires y que miraba aquel gentío con asombro cuando Ingenieros se lamentó diciendo: ¡Cuánta gente que no ha leído mi libro!

Bailey Willis un visitante norteamericano dejó testimonio de la jornada: desde la Casa Rosada hasta la Recoleta "fue una marcha (...) entre densos grupos de gente humilde, mientras que los mejor vestidos ocupaban las ventanas y balcones a lo largo de la ruta (...) mientras las bandas tocaban y las banderas celestes y blancas eran saludadas en cada cuadra. Creo que jamás he visto tanta gente". Durante el cortejo, los humildes eran alejados por la policía respondiendo al encargo de la oligarquía. Esa era la sociedad entre la que les abrió paso Don Roque.

Esta nota habla de: