Historia

El matemático más importante de Argentina, que nació en Mendoza

Un mendocino para la humanidad: quién fue Alberto Pedro Calderón, el matemático más importante que dio la Argentina.

Alberto Pedro Calderón fue uno de los más importantes matemáticos del siglo XX y, por lo mismo, figura estelar de la ciencia argentina de todos los tiempos. 

Especialista en análisis matemático, postuló una teoría de integrales singulares (junto a su maestro y colaborador Antoni Zygmund) que hoy es parte destacada de las matemáticas, al igual que la memoria de sus creadores.

Nació en Mendoza, el 14 de septiembre de 1920.

 A los 27 años, en la Universidad de Buenos Aires, obtuvo el diploma de Ingeniero Civil. En 1948, durante una visita que efectuó a Buenos Aires, el destacado matemático polaco Antoni Zygmund se fijó en Calderón (quien por entonces era, simplemente, ayudante de Cátedra en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales), y lo invitó a Chicago, para realizar estudios de perfeccionamiento. En esa ciudad, a la cual arribó en 1949, Calderón produjo en menos de un año una tesis doctoral que le dio gran reconocimiento en la competitiva comunidad científica estadounidense.

El lado oscuro de Belgrano

A partir de allí, la fama de Calderón no dejó de crecer, en especial luego de mediados de la década del '60, cuando publicó sus primeros trabajos acerca de conmutadores de integrales singulares, la mayor parte de ellos escritos en colaboración con Zygmund. En 1977, una de sus publicaciones, llamada On the Cauchy Integral on Lipschitz Curves and Related Operators, presentó la solución a uno de los problemas fundamentales de su área de especialización. Este trabajo abrió así una nueva área de investigación en el análisis matemático, e hizo que Calderón, por entonces profesor de la Universidad de Chicago, se convirtiera en uno de los máximos matemáticos contemporáneos.

Murió en Chicago (EE. UU.) el 16 de abril de 1998.

Premios

Posteriormente, Calderón obtuvo un gran reconocimiento a nivel internacional, que se materializó en numerosos e importantes premios. En 1991, por ejemplo, recibió la Medalla Nacional de Ciencia de los Estados Unidos, el premio más importante otorgado en los Estados Unidos de Norteamérica en el ámbito de la actividad científica, por su "labor pionera en análisis matemático, al desarrollar la teoría de las integrales singulares que hizo posible la aplicación de estos operadores a importantes problemas de ecuaciones diferenciales".

También se le concedieron el premio Wolf (1989), el Steel Prize de la American Mathematical Society (1989) y el Bocher Memorial Prize de la American Mathematical Society (1979). Además, fue nombrado Profesor Emérito de la Universidad de Chicago, Profesor Honorario del Departamento de Matemática de la Universidad de Buenos Aires y Doctor Honoris Causa de la misma universidad.

Su aporte

A Calderón se deben desarrollos fundamentales en varias teorías matemáticas de importancia: la teoría de valores límites de funciones armónicas y analíticas, la teoría de interpelación de operadores, la teoría ergódica, las series de Fourier, las álgebras de Banacli, la teoría de los operadores pseudodiferenciales, la teoría de los espacios de Hardy, y la de los problemas de contorno de ecuaciones elípticas, entre otras.

Un discurso de despedida

El discurso transcripto a continuación, pertenece al del Eduardo Zarantonello. UMA- Rosario, 22 de setiembre de 2000:

Alberto Pedro Calderón muere el 16 de abril de 1998, y con él desaparece uno de los más distinguidos matemáticos del siglo XX, y ciertamente el más notable matemático argentino de todos los tiempos. Deja una impronta imborrable en el área del análisis, del análisis duro, al que ofrece nuevas herramientas de amplia utilidad y suprema eficacia, ya sea en el terreno puramente teórico como en el de las aplicaciones. Tal es el caso, por ejemplo, de la teoría de las Integrales Singulares que desarrolla conjuntamente con Zygmund y que se muestra como el instrumento adecuado para el estudio de ecuaciones diferenciales elípticas o hiperbólicas, muy especialmente para la solución del problema de Cauchy cuando el contorno satisface una condición de Lipchitz.

Enrique Gaviola, el maestro mendocino de Mario Bunge

Muchos otros son los campos que toca esta teoría - grupos de Lie, operadores integrales, variables complejas múltiples, teoría ergódica, interpolación compleja, análisis multiparamétrico, ondeletas - hoy en día tan de moda, a las cuales parece ofrecer un fundamento adecuado - y tanta otra cosa que escapa mi conocimiento y comprensión. Hoy sin embargo, puesto que poco es el tiempo y escasos mis conocimientos, prefiero hablar de la persona más que de la obra, usando para ello en la medida de lo posible su propio testimonio.

Calderón nació en Mendoza el 14 de septiembre de 1920 en el seno de una familia tradicional del medio. Según él mismo cuenta, su padre, que era médico, pronto lleva a sus hijos, el Nenón y la Nenacha, por el camino de la aritmética y la música - no tendrían más de siete años - haciéndoles hacer operaciones mentales durante las comidas, que alternaba con la audición de música clásica. Así - recuerda Calderón - "con esa experiencia mi padre creó en mi mente un vínculo entre la aritmética y la música cuya belleza me emocionaba". Agreguemos que Alberto aprendió a tocar el piano y que nunca dejó de tocarlo, aunque nunca lo hizo para los demás, la música para él era una suerte de meditación interior. Tempranamente interesado en las cosas mecánicas decía que quería ser ingeniero, pues -¿qué niño quiere ser matemático?- y así su padre que ve en ello una verdadera vocación, le prepara el camino para el ingreso a la mejor escuela de ingeniería del momento, la Eidgenossische Hochschule de Zurich, y a los doce años, a punto de iniciar sus estudios secundarios lo hace estudiar alemán (muy contra su gusto) y lo instala en un internado en Suiza.

Es allí donde, a causa de una travesura infantil, su profesor de matemáticas, el Dr. Save Bercovici, lo castiga con un problema de geometría, problema que resuelto le revela su verdadera vocación: la de ser matemático. Al cabo de dos años Alberto vuelve a Mendoza y completa sus estudios secundarios en el colegio Agustín Álvarez, verdadero semillero del talento mendocino, y de allí parte a Buenos Aires para iniciar sus estudios de ingeniería.

Al igual que Sarmiento, otras figuras históricas que no se llamaban como creemos

Permítanme aquí una breve digresión: hasta poco antes de la mitad del siglo pasado la idea de hacer de las matemáticas una profesión casi no existía en la sociedad argentina, y la actitud general era aquella de "¿... así que te gustan las matemáticas? - pues entonces serás ingeniero". Tampoco existían centros donde se hicieran estudios formales en esta disciplina como no fueran las minúsculas escuelas en las Universidades de Buenos Aires y La Plata iniciadas directa o indirectamente por sugerencia de Don Julio Rey Pastor, escuelas de cuya existencia el público en general no tenía idea alguna, y menos aún los jovencitos a la terminación de su bachillerato. Y así fue que Alberto estudia en la Universidad de Buenos Aires y se hace ingeniero. Algo más quiero decir: al hablar de la educación de Alberto y exaltar su calidad se pone un cierto énfasis en el par de años pasados en Suiza, como dando a entender que la educación en casa no hubiera sido suficientemente buena. Craso error, en esos años la escuela secundaria argentina, enciclopédica y memoriosa, como la califican los psicólogos y pedagogos del momento, era de excelentísima calidad, y , como bien sabemos aquellos de nosotros que hemos vivido y educado a nuestros hijos en países otros que el nuestro, en modo alguno inferior a la de ellos. En aquellos tiempos Argentina era uno de los países del mundo que más importancia daba a la educación.

Como dije, Alberto inicia estudios de ingeniería en la Universidad de Buenos Aires, aunque en realidad al advertir que podía hacerlos en matemáticas hubiera preferido estudiar en este campo.

Según él fueron "las precarias posibilidades de ganarse la vida como matemático imperantes entonces" las que aconsejaron el cambio. Así pues se inscribe en ingeniería y al cabo de siete años egresa como ingeniero civil sin haber perdido por eso su interés en las matemáticas. Muy por el contrario, busca el contacto de los matemáticos del lugar y empieza por establecer una estrecha amistad con Bernardo Baidaff, director del "Boletín Matemático Argentino". Su asistencia al tercer curso de Análisis dictado por Rey Pastor, y participación en las clases especiales que Don Julio daba para profundizar los temas tratados lo pone en contacto con él y, a través de él, con Balanzat y Santaló, y así llega a quien sería su amigo, mentor y protector: Alberto González Domínguez. En este punto puede decirse que Alberto Calderón está ya instalado en las matemáticas. Pero, con un diploma de ingeniero bajo el brazo y cumplidos sus veintisiete años entiende que es momento de dejar de ser carga para su padre y establecerse por cuenta propia, y así es que busca y obtiene un empleo en el Laboratorio de Investigaciones Geofísicas de YPF. Los problemas técnicos susceptibles de un tratamiento matemático que se le asignan le fascinan, no así su relación con sus superiores que, según él mismo dice lo "trataron mal", razón por la cual pronto renuncia al cargo. Y aquí agrega "esto fue para mi bien, pues, si me hubiesen tratado de otro modo, casi seguramente me hubiera quedado allí por el resto de mi vida". En este circunstancial desamparo Calderón busca y encuentra apoyo en su amigo González Domínguez, quien prontamente obtiene para Alberto un nombramiento de Ayudante en su cátedra de la Facultad de Ciencias. En este punto Calderón entra definitivamente en el mundo de las matemáticas, en el que permanecerá hasta el fin de sus días, no sólo como simple ciudadano sino como soberano ilustre de un amplio territorio de esta ciencia.

Durante la década de los años cuarenta, por razones que no sabría explicar, Argentina recibe frecuentes visitas de matemáticos estadounidenses: George D. Birkhoff, profesor de la Universidad de Harvard, decano de los matemáticos de los Estados Unidos, Adrían A. Albert, destacado algebrista de la Universidad de Chicago, Marshall H. Stone, profesor entonces de la Universidad de Harvard y autor del recientemente aparecido y famoso libro: "Linear Transformations in Hilbert Spaces" (con quien me ha tocado hacer un curioso paso de baile académico), y Antoni Zygmund, matemático polaco establecido en los EEUU y autor de un grueso volumen sobre series trigonométricas, y otros que muy probablemente estoy olvidando.

Es allá por el 1948, o acaso más tarde, que Stone en su segunda visita a Argentina sugiere que se invite a Zygmund a dictar un curso, sugerencia que es prontamente aceptada y para cuyo cumplimiento González Domínguez pone su cátedra a disposición del invitado, con lo cual Calderón automáticamente pasa a ser ayudante de Zygmund, dando así origen a uno de los casos de colaboración entre matemáticos más fructíferos de la historia. Cumplidas sus funciones Zygmund regresa a Chicago llevando consigo a Calderón como becario de la fundación Rockefeller, quien bajo su dirección se doctora en el término de un año (1950) con una tesis que rápidamente compone abrochando conjuntamente tres trabajos independientes. Su carrera docente en ésta su nueva tierra se inicia en la Ohio State University, donde pasa tres años, lo lleva al Institute for Advanced Studies en Princenton, luego al Massachusetts Institute of Technology (MIT), y finalmente de regreso a la Universidad de Chicago, donde en alternancia con cargos en MIT escala todas las jerarquías académicas. Visita Argentina con frecuencia en calidad de Profesor Visitante e Investigador Superior del CONICET, y otros países en América y Europa. De paso permítaseme notar, pues tiempo no hay para más, que la "Chicago School of Analysis", de cuya creación Calderón y Zygmund son protagonistas, y que agrupa nombres del prestigio de Marshall H. Stone, Shing S. Chern, Saunders Mc Lane, André Weil, Paul Halmos, Irving Kaplansky, Irving Segal, Edwin Spanier, es cumbre del Análisis Matemático del mundo. Las Universidades de Buenos Aires, Autónoma de Madrid, Ohio State en los Estados Unidos y de Technion en Israel, lo distinguen como "Doctor Honoris Causa", y recibe numerosos premios que culminan con la "Medalla Nacional de Ciencia", máximo galardón científico de los EE.UU, que en 1992 le otorga el Presidente George Bush.

Sarmiento no se llamaba Domingo, ni su apellido era ese

Sin negar la belleza intrínseca de las matemáticas, que Calderón reconoce y contempla una y otra vez, son sus desafíos lo que realmente le atrae, e incapaz de mantenerse quieto en la tribuna, se lanza osadamente al campo de juego. Conocer está bien, pero inmensamente más apasionante es hacer, hacer matemáticas. De esta inclinación habla claramente aquella anécdota de su temprana vida de matemático, tantas veces repetida. En su seminario en la Universidad de Buenos Aires, Zygmund presenta a un auditorio que incluye a Calderón un conocido teorema sobre series de Fourier contenido en su libro. Terminada la demostración Calderón confuso pregunta "¿porqué la demostración ofrecida es más larga que la del libro? No es así - responde Zygmund - es la misma". Hay un momento de perplejidad, algo extraño ha ocurrido. ¿Qué?. Simplemente que, oído el enunciado, Calderón que oye pero no escucha, se ha echado andar por un atajo de su invención y ha llegado antes que su maestro. Esta actitud de tomar las matemáticas por cuenta propia, de crear más que aprender, es la característica singular de su talento, y así, cuando Calderón enseña, no enseña matemáticas, enseña a matematizar. De esto dan testimonio sus alumnos. Como ejemplo me permito reproducir aquí lo que a este respecto dice Michael Christ, hoy profesor en la Universidad de California, Berkeley (traduzco): "Sus clases eran claras pero poco pulidas, con ocasionales regresos y enmiendas ... y finalmente comprendí que esas clases eran apenas bosquejadas de antemano, y que en esos momentos Calderón estaba repensando los teoremas en el pizarrón, invitándonos a hacerlo juntamente con él". Este testimonio también habla de una amplia generosidad que le hacía compartir sin reticencias ideas e intuiciones con sus interlocutores. Veintisiete estudiantes, entre ellos trece argentinos, se han doctorado bajo su dirección.

Calderón y yo hemos sido contemporáneos, hemos vivido los mismos ámbitos y marchado por rutas que se han cruzado y entrecruzado una y otra vez, pero rara vez nos hemos encontrado en el camino. De él me queda la imagen del hombre que reposa con la mirada puesta en la lejanía, sus ojos vueltos hacia adentro en busca de Dios sabe qué quimeras, mientras sus dedos recorren un teclado imaginario. Por eso, para una evocación más real, echo mano del testimonio de aquellos que han tenido el privilegio de tratarlo más de cerca y largamente: "Calderón era hombre elegante, de porte distinguido y reservado, excelente conversador, con gracia natural, modesto y generoso con su tiempo y sus ideas, seguro de sí mismo e indiferente a la competencia." (Christ, Sadosky y Kenig).

Su muerte, ocurrida hace ya más de dos años, muy sentida en el mundo entero, dió origen a un sinnúmero de artículos recordatorios en revistas especializadas y periódicos de prestigio internacional como el New York Times. Sí, en todas partes, menos en su provincia natal donde pasó desapercibida. Tal vez por aquello de que "Nadie es profeta en su tierra".

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