Columna Líquida

Un encuentro fugaz pero intenso en Rivadavia

Un nuevo capítulo de la historia de "Don Bonarda y Doña Malarda", de Marcela Muñoz Pan. Viene con poesía.

Marcela Muñoz Pan

Había llegado el año 1900 y cambiando la década en la Villa Cabecera de Rivadavia se realizaría un gran festejo en la plaza principal, que cada día iba recibiendo más aportes de la inmigración, contribuyendo al progreso del mismo. Su crecimiento fue tan importante que, en 1953 por decreto del gobierno de la provincia, la villa de Rivadavia se la designara ciudad. En una sesión de la Legislatura Provincial, de marzo de 1884, al tratarse el proyecto de ley de creación del nuevo departamento, el diputado Dr. Pedro Serpez propuso el nombre de Rivadavia, en reemplazo de San Isidro, pretendido por los habitantes del lugar. Serpez "fundó su moción diciendo que: en los pueblos jóvenes como el nuestro debían perpetuarse siempre en sus nombres, la memoria de nuestras figuras ilustres o que hubieran hecho marcados servicios a la Patria y agregó, el nombre San Isidro, figura ya demasiado en los almanaques de la cristiandad y lo mismo en sus devociones. Propongo para el nuevo departamento, el nombre Rivadavia, un gran genio constructor y primer presidente de los argentinos. Sin oposiciones, la propuesta de Serpez fue aceptada y votada por unanimidad"

El chileno Don Fernando Bravo donó los terrenos de la primera Plaza Departamental, plaza que en el año 1918 logró un premio del gobierno francés por sus jardines maravillosos, su flora autóctona y variedad de ejemplares, las flores y plantas eran visitadas por los vecinos con el placer de admiración de la belleza, simplemente. Don Fernando también donó el terreno para la Capilla, era muy creyente y un constructor innato y por algunos lazos comerciales conoció a Don Roberto y Doña Adriana que gustosos fueron a conocer esa plaza, de paso Malarda iba conociendo otros lugares, otras maneras de vivir como eran sus departamentos vecinos Junín y San Martín y quizá un amor!

Un 18 de abril, día de la creación del departamento de Rivadavia, se realizó una fiesta en la plaza principal con una gran actividad artístico-musical, aprovechando las compañías que viajaban desde Buenos Aires para actuar en Santiago de Chile, y las propias; permitió que hicieran una posta en la zona de Mendoza Este y especialmente para los festejos en Rivadavia en esta oportunidad. Actores, cantantes, payadores, guitarristas, poetas, la orquesta, la banda municipal "Blas Blotta", niños, jóvenes, adultos iban llegando con sus mejores atuendos festivos.

Los padres adoptivos de Malarda no iban a perderse esa oportunidad de alegría para sus vidas, de relaciones nuevas sociales, culturales, económicas y partieron un par de días antes en su carreta muy lujosa para la época, con valijas cuadradas de cuero color tabaco, quesos, melones, el Bonarda recién elaborado de Roberto, les espera un largo recorrido de Lavalle a Rivadavia. A Malarda la vistieron con un vestido colores pasteles, cintas y volantes, capelina con lazo entre un naranja pastel y una terracota, y para cuando se hiciera la noche iba su hermoso vestido de seda con puntillas traídas de Europa, medias de muselina y lazo verde pastel en su pelo caramelo y tapadito azul de terciopelo. La niña un poco caprichosa ya había crecido y dirían los mayores "estaba en edad de merecer". Merecer un amor digno, una familia que contuviera ese vacío que de alguna u otra manera se había ido apaciguando con la edad, pero razones tenía a montones no digo para justificar su eterna queja, sino para comprenderla mejor y ayudarla a que lo fuera superando. Si otro destino poco feliz le hubiera tocado, pobre niña, hubiera cargado con esa orfandad y angustia pronunciada, toda una vida quizás.

Los vecinos de Junín y San Martín también se iban instalando desde el día anterior, en casa de familiares, en algunas posadas disponibles, y así es que llegaron también a las fiestas Don Osman y Doña Elena con su hija Bonarda. Casualmente el chileno Herrera que había sido tío abuelo de Fernando Bravo conoció a los bisabuelos y abuelos de Elena, así que había una relación familiar antigua sanguínea y política. Los padres de Bonarda fueron recibidos por Don Daniel Aguilera, primo hermano de Elena, en una casa a dos cuadras de la plaza. Llegaron y comenzaron a prepararse para ir a conocer esa plaza que tanto se hablaba en la zona, por su belleza exuberante.

Los megáfonos de la mano de los agentes municipales y las campanas de la iglesia tañían fuertemente, invitaban alrededor de la plaza sin cesar, la música de tonaditas iba contagiando a los transeúntes, a los turistas que habían llegado en tren y decidían quedarse a disfrutar de lo nuevo, lo popular, los sabores en los fogoneros de ese Este, las empanaditas chirriantes, los pastelitos fritos, carne a la olla, niños envueltos estaban fascinados con las patitas de cerdo, las carbonadas servidas en cuencos de barro, el vino en damajuana, sopaipillas recién elaboradas; de postres se podían encontrar duraznos en conserva, dulces y arropes de frutas, alfañiques, alfajores, huevos quimbos, mermeladas de alcayota, de uva, de algarroba, de tuna estas mermeladas volvían locos a los turistas y querían llevarse todo tipo de conservas y dulces. Literalmente un verdadero festín de excelente gastronomía identitaria, la fusión de la música tradicional de Mendoza Este y el tango por ejemplo que también se había hecho presente con artistas de Buenos Aires y bailarines que impusieron sus milongas, fue un quiebre musical pero que avivó más el rescoldo de las brasas protegidas, encender sin incendiar, incluso ya se tenía conciencia de la limpieza ambiental, estaban dispuestos en toda la plaza tachones para la basura.

Los jóvenes se empezaban a conocer con esas miradas cómplices de quién se gustaba con quién, el seductor paseo cerca de las cabelleras de las adolescentes para decirles palabras bonitas y respetuosas, algunos se inspiraban y escribirán poemas, las mujeres eran un poco más tímidas, pero no menos atrevidas, ellas con una sola mirada fija lo decían todo, un pequeño mordisco en los labios o los suaves movimientos de sus cabellos. El amor había comenzado en ese otoño en Mendoza Este, linda época del año para enamorarse. Hilos rojos orientales en los acertijos de una calesita de colores que dejaba sonrojado a más de uno, dos, tres, muchos amores que dieron a luz ese día. En el escenario se presentó el gran poeta Rivadaviense Américo Calí y posteriormente un grupo de poetas "Carrillón", si corría el amor por el aire naturalmente, con los poetas que impregnaban con sus metáforas hasta atravesar la llanura de travesía y caminos salineros a la choza donde as casas eran construidas de ramas con barro fijadas con ataduras, los techos de ramas, pasto y barro del indio Cacique Pasambay, último cacique en la zona de las Huayquerías o el rancho de ramas y barro en la calle El Chañar, los ecos se multiplicaban como apoteosis en los futuros enamorados, amantes, amores húmedos, amores festivos, amores de otoño.

Don Calí, el gran poeta de Rivadavia que todos pudieron escuchar atentamente, pudo ser feliz, porque entre sus largas horas de lecto-escritura y la revisión de sus páginas de derecho penal, con una inteligencia emocional de avanzada, supo llegar y dejar huella con su poesía; cuentista y ensayista, hombre de las leyes, hombre y nombre en mayúsculas, cuando estaba terminado de leer uno de sus sublimes poemas, que les compartí con mucha nostalgia, uno de los jóvenes que había quedado flechado por la belleza de Malarda se le acercó y le dijo: "señorita me he dado cuenta que todo el amor dado ha sido en el lugar equivocado, el poeta Armando Calí me ha inspirado y con mi humilde caligrafía le quiero regalar este poema que salió de mi corazón enamorado a primera vista, mientras usted escuchaba con emoción a nuestro poeta, vi una sensibilidad especial en sus ojos y las lágrimas que vi caer reposan profesamente en mi pañuelo, me ha embrujado, no puedo dejar de decírselo, el tiempo es muy corto para cosas vanas". Qué les puedo decir, Malarda quedó absorta ante tantas palabras de amor que jamás había sentido, se puso nerviosa y no podía presentar ni siquiera una queja. Esa niña caprichosa y un poco malhumorada había comenzado a desaparecer. Malarda se guardó el poema en su bolsito color rosa y corrió rápidamente en busca de sus padres para encontrar la infinidad de respuestas a preguntas que comenzaban a suceder, imaginándose nunca jamás que un poema le cambiaría la vida por completo y la cordillera fue testigo.

Cuando a uno lo vienen a querer,

intuimos

aunque se descrea del amor.

Cuando a uno lo vienen a querer,

nos escondemos

por temor a ser descubiertos

nos desciende la sola idea

de ser dos y dejar de ser uno.

Cuando a uno lo vienen a querer

los sudores nos hacen burbujas

en los puntos vulnerables

de la existencia misma.

Cuando a uno lo vienen a querer

saltan las térmicas de lo impredecible

y las capas teutónicas enfurecen

las honduras de lo épico.

Cuando a uno lo vienen a querer

somos todos y ninguno

somos uno y el decimal infinito

el fuego derrite al metal

y la tierra bebe agua del edén.

Cuando a uno lo vienen a querer

los puntos negros del espacio

chocan con las estrellas no tan fugaces

las galaxias hacen chispas en el universo

esperando el deseado momento,

el anuncio del primer beso.

Cuando a uno lo vienen a querer

los canales sanguíneos transitan la sabiduría

mutando el tiempo y el espacio

por siempre jamás.

Cuando a uno lo vienen a querer.

Conviene estar.

(Libro Striptease MMP)

Así fue que Malarda comprendió que debía estar cuando a uno la venían a querer.

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