Lo gratis que no es gratis
"¿La discusión insalvable respecto al sistema universitario argentino?", se pregunta en esta columna la educadora Isabel Bohorquez.
En Argentina hemos constituido como derecho consagrado que la educación universitaria de gestión estatal debe ser gratuita e irrestricta.
"La conquista más grande fue que la Universidad se llenó de hijos de obreros, donde antes estaba solamente admitido el oligarca» Juan Domingo Perón.
En el año 1949, en el marco de un importante proceso de justicia social, de promoción de los derechos sociales y laborales que marcaron de manera favorable y determinante la historia de la clase trabajadora argentina, el presidente Juan Domingo Perón, a través del Decreto 29.337, eliminó los aranceles universitarios".[1]
Dice José Joaquín Brunner:
"Argentina es uno de los pocos países del mundo que por ley tiene establecido el ingreso irrestricto y la gratuidad de los estudios universitarios de grado. Ambas condiciones fueron características del sistema universitario argentino en los períodos democráticos a lo largo de la historia, y fueron limitadas en los años ‘90 con la Ley de Educación Superior del gobierno de Menem. En aquella oportunidad, bajo las recomendaciones del Banco Mundial, se sostenía que, dado que a la universidad llegaban los ricos, era injusto que los pobres pagaran por esa educación con los impuestos.
Este discurso fue cambiando incluso por el propio Banco, y en Argentina se concretó legislativamente con una enmienda a la LES (ley de Educación Superior) realizada en el año 2015, en un contexto muy diferente, pese a gobernar el mismo partido en ambos momentos. La reforma del 2015 se amparó en la educación superior como derecho humano, y fue el broche de oro de una política del gobierno de Cristina Kirchner orientada a crear nuevas universidades, sobre todo en el conurbano bonaerense, en el marco de un modelo inclusivo que se proponía abrir las puertas de la universidad a jóvenes de sectores vulnerables por medio de instituciones con otro modelo, cuyo fin era acercar la universidad al pueblo"[2].
Concebir una sociedad inclusiva que procure igualdad de oportunidades y aborde las desventajas, sean del orden que sean, en forma colectiva y con un horizonte de bien común es lo mejor que nos puede pasar como Nación.
Ahora bien, en los hechos concretos y a lo largo de los años, ¿esta concepción política de que las universidades de gestión estatal deben ser, en tanto un derecho inalienable, gratuitas e irrestrictas a quienes ha favorecido en realidad?
Lejos ha estado de favorecer a los que menos tienen.
La gratuidad de las universidades estatales para quienes pueden acceder a ellas, no significa que sean gratuitas realmente ya que todos los contribuyentes pagamos con nuestros impuestos (inclusive, y hasta en mayor medida, los más pobres) el sostenimiento de las universidades a las que accede una porción cada vez menor de jóvenes en Argentina.
"La tasa bruta de ingreso a la universidad es la proporción de estudiantes de pregrado y grado universitario de entre 18 y 24 años de edad sobre la población total del país de entre 18 y 24 años, en un año determinado. Esta tasa da cuenta del nivel de participación del sistema de educación universitario del país para la población específica de entre 18 y 24 años"[3].
O sea, que la tasa bruta de ingreso refleja el porcentaje de jóvenes que, en este caso en Argentina, ingresan a la universidad. El resto no ingresa por las razones que fuere: entre otras porque no han culminado el nivel secundario, o deben trabajar o no tienen familias con ingresos para sostener a sus hijos estudiando sin trabajar, etc.
En Argentina, en el último informe estadístico de la Secretaría de Políticas Universitarias de 2022 afirma que el 13,5% de los jóvenes entre 18 y 24 años ingresan a la Universidad.
El discurso de Perón afirmando que la universidad se llenó de hijos de obreros parece hoy haber quedado en el pasado. ¿O fue realidad alguna vez? Y no me refiero a las excepciones honrosas y maravillosas de historias de vida de sacrifico y tesón que han posibilitado que cuántos jóvenes argentinos hijos de obreros pudieran alcanzar el tan anhelado título universitario.
Me refiero a si realmente pudo ser realidad que el solo hecho de abrir las universidades le permitiera a los que menos tienen ingresar a ellas.
Entiendo que no. Y es tiempo de reformularnos esa promesa incumplida.
En principio, considerar que el sistema actual de becas estudiantiles puede ser el mecanismo igualador implica mirar para el costado. Todos sabemos que las becas no tienen un impacto real en la posibilidad de sostener la subsistencia por un lapso de 5-6 años para cursar una carrera universitaria. Las becas resultan una contribución que muchas veces recae en estudiantes que pertenecen a familias que pueden solventar ellas mismas los gastos de sus hijos. A su vez, estudiantes de familias que podrían pagar su educación se benefician de la gratuidad que no necesitan.
¿Cómo ser justos en términos distributivos en una situación que se plantea desde una desigualdad de base?
Las clases más desfavorecidas pertenecen a la franja social que más deserta en la escuela secundaria o no logra superar los obstáculos para culminarla. Ahí anida la primera desventaja sobre la que entiendo que habría que poner el foco prioritariamente: los jóvenes argentinos que no acceden a una educación básica de calidad, que no aprenden lo necesario para continuar sus estudios (no es suficiente con no repetir) y que terminan saliendo del sistema precozmente o en muy precarias condiciones como estudiantes.
La condición de irrestricta empeora la situación porque exige a las instituciones, resolver por la vía de exámenes filtros, muchas veces excesivos, la decisión encubierta de reducir población estudiantil que de otra forma probablemente sería inviable asumir. Nuevamente los jóvenes más desfavorecidos son los que menos tuvieron acceso a una educación básica de calidad y además son los que menos posibilidades tienen de estar 8-10 años para culminar una carrera universitaria, mientras que los que provienen de familias que pueden soportar económicamente la espera, permanecen en un sistema que los contiene sin restricciones.
Hasta aquí la inequidad es palpable, aunque el discurso, y quizá la intención, sea de albergar a todos.
"En las universidades con requisitos al ingreso y a la permanencia de los estudiantes, los recursos se invierten en quienes están mejor preparados, más motivados, que son más disciplinados y que están dispuestos a dejar todo lo demás de lado para estudiar y recibirse con las mejores notas en el menor tiempo. En muchos países, por ejemplo, en Alemania, quienes quieran estudiar medicina, por ejemplo, deberán tener un promedio de notas en el bachillerato de 1,0 (10 puntos) para ingresar, y no se admiten exámenes ni notas de curso bajas a lo largo del estudio universitario. Así se asegura que la inversión que hace la sociedad para educar a los futuros médicos se utilice solamente en quienes tienen las cualidades para recibirse y convertirse en los médicos que la sociedad necesita (la educación universitaria en Alemania es gratuita para el estudiante). Al invertir en educar solamente a quienes demuestran su compromiso ya desde el bachillerato se optimiza la inversión en educación a la vez que se abren las puertas de las escuelas técnicas a todos aquellos que no ingresen a la universidad. Es así que se cubre mejor el espectro de profesiones y oficios que la sociedad necesita".[4]
La discusión en Argentina podría dirigirse a mejorar las condiciones de formación de todos los niños y jóvenes argentinos, especialmente a los que menos pueden acceder y luego derivar en las cuestiones que se refieren a cómo asumir la formación superior en un contexto no sólo igualitario sino también con sentido de compromiso por un proyecto de país.
No renuncio a la accesibilidad a la educación. Me opongo a la injusticia encubierta que lleva años de pátinas de discurso político mientras la pobreza cultural, simbólica y social crece a raudales y los que logran acceder a la universidad son cada vez menos (sólo el 13,5 % de los jóvenes entre 18 y 24 años) y pertenecientes a las familias con más recursos.
La situación se torna más grave si asumimos que de esa pequeña porción de jóvenes que ingresan respecto a la totalidad de la población en esa edad, solamente el 12,4 % de ellos pertenece a las familias de menos recursos.
"Entre los jóvenes de los sectores más pobres de la Argentina, tan solo uno de cada diez (12,4%) llega a la universidad. La brecha es enorme: en el decil de mayores ingresos de la población, casi la mitad de los argentinos entre 19 y 25 años estudia una carrera universitaria. La disparidad se ensancha aún más, a su vez, si se mira la permanencia durante la cursada.
Asimismo, más allá del ingreso a la universidad, las cifras reflejan grados muy distintos de continuidad durante la carrera que también se vinculan al nivel socioeconómico. En el primer año, los estudiantes de menores ingresos (decil 1) representan el 7,9% del total de alumnos, mientras que en el quinto año representan el 1,1% del total. En contraste, en el primer año, los jóvenes de mayores ingresos (decil 10) representan el 5,3% de la matrícula y alcanzan el 12,7% en el último año."[5]
¿Qué significa esto?
El discurso ideológico progresista (o populista) que reivindica la condición de irrestricta y de gratuita ya que considera a dicha condición parte constitutiva del modelo inclusivo de universidad pública, luego hace oídos sordos o mira para el costado cuando esa minoría cada vez más estrecha en la pirámide educativa que son los jóvenes con menores ingresos no pueden sostenerse en el trayecto formativo para alcanzar su graduación. Basta con observar el siguiente cuadro[6] (Fuente: Encuesta permanente de hogares año 2022) para entender que en el decil 1 (primera barra) figuran los jóvenes con menores ingresos y en el decil 10 (última barra) los que tienen mayores ingresos y, por ende, ocupan el 46% de la población estudiantil contra el 12,4% de la población a que Perón llamó hijos de los obreros.
Pasaron casi 70 años y los jóvenes más adinerados o con mejores recursos y ventajas siguen siendo la mayor parte de la población estudiantil.
El siguiente cuadro muestra claramente la evolución negativa del derrotero de los estudiantes de menores ingresos:
Si leemos las estadísticas con sinceridad, la situación de los estudiantes con menores recursos es una odisea que no podemos ignorar más por defender un argumento ideológico que no ha logrado revertir ninguno de estos procesos de inequidad.
Pagamos entre todos para que la universidad siga abierta a estudiantes que quizá no tengan el compromiso, ni la urgencia económica de ser financiados (que lo más probable es que hayan egresado de escuelas secundarias privadas) o sean extranjeros. Y nuestros jóvenes más necesitados de nuestra ayuda y nuestro acompañamiento llegan en el irrisorio porcentaje de 1,1% al último año de su carrera.
Ese caso, extraordinario y magnífico, quizá se presenta en una marcha con el cartel que dice soy hijo de un albañil y pude ser ingeniero gracias a la universidad pública, gratuita e irrestricta. Pertenece a ese exiguo porcentaje del 1,1%.
Deben dolernos todos los demás. Los que no llegaron ni a la puerta, los que apenas duraron un suspiro y los que teniendo el talento y la capacidad para progresar a través de una buena educación se perdieron en otros carriles de una sociedad eternamente injusta.
¿Cómo resolverlo?
[1] https://aduba.org.ar/a-69-anos-de-la-gratuidad-universitaria/#:~:text=En%20el%20a%C3%B1o%201949%2C%20en,29.337%2C%20elimin%C3%B3%20los%20aranceles%20universitarios.
[2] https://brunner.cl/2022/02/argentina-ingreso-irrestricto-y-gratuito/
[3] https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/sintesis_2021-2022_sistema_universitario_argentino_1.pdf
[4] https://es.quora.com/Por-qu%C3%A9-Uruguay-tiene-acceso-libre-en-las-universidades-Mientras-otros-pa%C3%ADses-hay-que-pasar-una-serie-de-requisitos-para-poder-ingresar-y-se-dice-son-la-gran-mayor%C3%ADa-del-mundo
[5] https://www.infobae.com/educacion/2022/01/20/solo-1-de-cada-10-jovenes-de-los-sectores-mas-pobres-llega-a-la-universidad-en-la-argentina/
[6] https://www.infobae.com/educacion/2022/01/20/solo-1-de-cada-10-jovenes-de-los-sectores-mas-pobres-llega-a-la-universidad-en-la-argentina/