Historia

La muerte de Liniers

El 26 de agosto de fue ejecutado en Cabeza de Tigre. Quien había sido héroe de la Reconquista durante las invasiones inglesas, se había opuesto a la Revolución de Mayo. Lo cuenta Luciana Sabina.

Luciana Sabina

Tras llegar al poder los hombres de mayo, como se conoce a los revolucionarios de 1810, desataron una serie de acciones violentas y crueles, poco publicitadas por la historiografía en general.

Uno de los crímenes más atroces sucedió un día como hoy y tuvo como víctima a Don Santiago de Liniers, quien pocos años antes -en el marco de las Invasiones Inglesas- había evitado que Buenos Aires quedara en manos británicas.

Como hombre fiel a la Corona española, al conocer las noticias revolucionarias Liniers enca­bezó una contrarrevolución desde Córdoba. Reunió cerca de mil hombres, a quienes entrenó personalmente. Dámaso Uriburu, testigo de la época, señaló que el pueblo "con excepción de los españoles europeos y los empleados del gobierno, simpatizaba con las ideas promovidas en Buenos Aires y coadyuvaba a su propaganda con el mayor ardor".

Desde Buenos Aires no iban a poner en peligro la Revolución, enviaron entonces una expedición a la provincia de Córdoba y en agosto los porteños tomaron la ciudad sin resistencia, co­locando a Juan Martín de Pueyrredón al mando. Para entonces Liniers ya había abandonado la zona.

Para el valiente y experimentado militar todo salió mal: la tropa que comandaba se desbandó pronto -incluso al­gunos se alejaron insultándolo- y el carro donde llevaban las municiones explotó. No le quedaron muchas opciones y debió ocultarse en un intento de conservar la vida.

Se ocultó en un pueblito llamado San Francisco del Chañar pagando el silencio de un peón para no ser descubierto. Lamentablemente eso tampoco salió bien y sin miramientos el muchacho lo delató a las tropas porteñas que estaban buscándolo por la zona.

Esa medianoche Liniers y sus acompañantes desper­taron bruscamente, cuando una partida al mando de José María Urien ingresó al lugar donde descansaban y los apresó. Recibieron un trato inhumano y la sustracción de todos sus bie­nes, hasta el punto de quedar prácticamente en paños menores. Según Paul Groussac, el héroe fue atado con tanta crueldad que "le reventó la sangre por las yemas de los dedos". La Junta ordenó procesar a Urien meses más tarde por "no haberse manejado con la pureza y el honor que debía en la prisión de D. Santiago de Liniers".

Pero aún quedaba lo peor: desde Buenos Aires llegó la orden de ejecutar a los prisioneros, maquinada por Moreno. Inmediatamente fue desobedecida. ¿Fusilar a Liniers? Imposible. Jamás. Francisco Ortiz de Ocampo -a cargo de la expedición- firmó una rotunda negativa. Esto enfureció a los morenistas que inmediatamente lo relevación de su cargo. Viajaron entonces Juan José Castelli y Domingo French para cumplir con la pena, mientras que los reos debían ser trasladados hacia la capital virreinal. Bartolomé Mitre nos cuenta al respecto:

"Los miembros vacilaron en la elección y entonces Moreno diri­giéndose a Castelli le dijo: "Amigo, usted que es capaz de matar a su padre". Castelli quiso excusarse y él le interrumpió: "Vaya usted y espero que no incurrirá en la misma debilidad que nues­tro general; si todavía no se cumpliese la determinación tomada, irá el vocal Larrea, a quien pienso no faltará resolución, y por último iré yo mismo si fuese necesario". Entonces Castelli se de­cidió. Salió en la misma noche de la Capital con una comitiva más numerosa de oficiales que de soldados porque no se tenía confianza en estos últimos para tirar sobre la cabeza ceñida por los laureles de la Reconquista".

Ambos grupos se encontraron cerca de Cabeza de Tigre. En una zona boscosa se prepararon para llevar a cabo la ejecución. Castelli junto a uno de los hermanos Rodríguez Peña prepararon el pelotón de fusilamiento. No querían que Liniers llegara a Buenos Aires porque su fama les ocasionaría problemas. El vocal leyó la sentencia. Ese 26 de agosto de 1810, a las dos y media de la tarde:

"Castelli -nos cuenta Groussac- mandó cumplir la orden (...) los reos fueron puestos en línea, a cierta distancia uno del otro, al frente de la tropa formada. Después de vendarles los ojos, los piquetes de ejecución se adelantaron a cuatro pasos, teniendo cada cual su blanco humano. En el universal silencio de aquella soledad, se percibían algunos respiros angustiosos. Al levantarse la espada de Balcarce todos los fusiles se bajaron, apuntando al pecho: hubo dos terribles segundos de espera para asegurar el tiro, y luego, al grito de ¡fuego! Un solo trueno sacudió el bosque, y los cinco cuerpos rodaron por el suelo. Algunas aves huyeron de los árbo­les, y fue el único estremecimiento de la naturaleza impasible por la muerte de los que habían mandado provincias y conducido ejércitos. Fueron rematados individualmente los que se retorcían aún en horribles convulsiones, y se dice que a French, soldado de la Reconquista, le tocó descargar su pistola en la cabeza del Reconquistador".

Los cadáveres fueron tirados en una zanja por orden de Castelli. Pero el sacerdote del lugar los desenterró y dio se­pultura individual. Olvidados durante medio siglo, desde 1862 Liniers y Juan Gutiérrez de la Concha -gobernador de Córdoba, fusilado con él- descansan juntos en España.

Cuando la noticia de estas muertes llegó a Buenos Aires los hombres de Mayo tuvieron que dar una explicación a los enfurecidos porteños. Fue entonces que con total hipocresía y desapego moral publicaron un manifiesto señalando como motivo principal que Liniers había "injuriado a la Junta atribuyéndose intenciones revolucionarias contra la soberanía del señor Fernando VII para desacreditarla ante los ojos de los buenos vasallos".

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