Los últimos años de San Martín
La historiadora Luciana Sabina cuenta cómo fueron los últimos momentos de José de San Martín.
En 1830 el General San Martín estaba instalado definitivamente en el Viejo Mundo. Durante su exilio voluntario Tomás Guido le escribió continuamente, poniéndolo al tanto de lo que sucedía en América y en Argentina.
Don José eligió vivir en Francia, donde "la mendocina" -como gustaba llamar a su hija Mercedes- creció y, siguiendo sus designios, desposó a Mariano Balcarce. El joven era hijo del desaparecido Antonio Balcarce, su amigo y segundo en el Ejército de los Andes. Ambos habían compartido cicatrices de Cancha Rayada y Maipú; ahora les tocaba dejar huella, uniéndose ambas familias.
Mariano era médico y representaba diplomáticamente a nuestro país en Francia. Comenzó prestando este servicio a Rosas y lo hizo hasta 1885, incluyendo la primera presidencia de Julio Argentino Roca. Mercedes pasaba sus días cuidando a las dos niñas que tuvieron y pintando, una afición que compartía con don José.
En esta época Florencio Balcarce -hermano de Mariano- los visitó en París. y escribió:
"Tengo el placer de ver la familia un día sí y otro no. Iría todas las semanas si los buques de vapor estuvieran del todo establecidos. El general goza a más no poder de esa vida solitaria y tranquila que tanto ambiciona. Un día lo encuentro haciendo las veces de armero y limpiando las pistolas y escopetas que tiene; otro día es carpintero y siempre pasa así sus ratos en ocupaciones que lo distraen de otros pensamientos y lo hacen gozar de buena salud. Mercedes se pasa la vida lidiando con las dos chiquitas que están cada vez más traviesas. Pepa, sobre todo, anda por todas partes levantando una pierna para hacer lo que llama volantín; todavía no habla más que algunas palabras sueltas; pero entiende muy bien el español y el francés. Merceditas [nieta mayor de San Martín] está en la grande empresa de volver a aprender el a b c que tenía olvidado; pero el general siempre repite la observación de que no la ha visto un segundo quieta".
La ola revolucionaria de 1848 los obligó a abandonar París y eligieron Boulogne-sur-Mer como nuevo hogar. Mercedes se empeñaba en que las niñas fuesen argentinas y manejaran el idioma; madre y maestra, les enseñó a soñar con Buenos Aires. San Martín deliraba por sus nietas, aunque también disfrutaba mucho de la soledad y decía estar "muy contento de no tener la menor relación con ninguna persona".
Los últimos años del Libertador transcurrieron en una casa de dos plantas, blanqueada. La pared de su dormitorio ostentaba el sable corvo con que sometió a España. Cuidaba el jardín poniendo esmero mientras las cataratas nublaban su vista.
Hasta último momento habló sobre Cuyo y su gente. "Nunca dejó de amar a Mendoza -nos cuenta Ricardo Rojas en El Santo de la Espada- y en el destierro la recordaba siempre, como si ella fuese toda la patria o algo necesario en su vida".
El 13 de agosto de 1850, de pie frente al canal de la Mancha, sintió un fuerte malestar. No quería quejarse, pero su hija advirtió todo, al acercarse lo sostuvo y preguntó si estaba bien.
Con voz tranquila y en francés respondió: "Es la tempestad que me lleva al puerto". El sábado 17 amaneció en perfectas condiciones y se acercó a la habitación de Mercedes para que le leyese los diarios. Intolerables dolores de estómago lo atacaron y pidió acostarse en el lecho de su hija. Súbitamente solicitó a Balcarce que la alejara del cuarto, no quería que lo viese morir. Expiró una hora más tarde, a los setenta y dos años, dejando en la orfandad a los suyos y a gran parte de América del Sur.