Dime cómo hablas y te diré lo que la red incita
Las repercusiones negativas de las conversaciones tóxicas en las redes sociales, bajo el análisis de la socióloga Verónica Piñol.
Las violencias que transitan en lo digital son el continuo de las otras que se suceden en la vida real. El lenguaje, dice Bourdieu, no está exento de falta de neutralidad, dado que en la misma lengua operan mecanismos de censura donde se evita decir aquello que "está de más". En ese sentido es bueno dar cuenta que el lenguaje es un instrumento de poder en el que se encuentran naturalizadas las estructuras sociales de una época.
A través de lo que se conversa se transmiten prejuicios, valores que luego se reproducen y evidencia la estructura mental que cada persona da cuenta en su relación con los otros/as, echando luz sobre la construcción cultural de la sociedad en la que se ha formado.
La mayoría de estos diálogos hoy circulan por las redes sociales. Nos informamos a través de ellas y generamos los escenarios cual Truman show para desplegar nuestras vidas cotidianas.
Cuando damos cuenta de ciertos sucesos en la vida real que tienen impacto masivo, como los comentarios tribuneros de una figura pública frente a un suceso deportivo. ¿Tenemos la libertad de asumir que lo que digo alcanza las dimensiones que mi subjetividad promueve?
¿De verdad entendemos la dimensión ética que conlleva la amplificación de este mensaje de odio y sus efectos?
Tengo la sensación de que los y las usuarios/as de las redes sociales tenemos la intención de definir lo que queremos decir, pero hay un algoritmo que se encarga de orientar ese mensaje hacia espacios, entornos e intencionalidades que alimentan contextos a punto de explotar.
Si lo que digo o hago es políticamente correcto ya no cuenta porque cuando lanzo comentarios "culturalmente aceptados en contextos particulares" que generan disputas u odio, desde las plataformas virtuales se dispara un efecto contagio de masas digital que reproduce una escalada inimaginable de violencias simbólicas. De la misma manera una ventana rota sin arreglar tiende a crear una percepción de rebeldía, los comentarios llenos de ira conducen a que afloren otros peores, que no necesariamente viene de personas violentas. Pero, si el comportamiento antisocial se vuelve norma, se refuerzan los eventos negativos como actos heroicos.No se trata de si fue un hombre una mujer quién realizó el comentario porque los usos políticos del género están a la orden del día. La solidaridad de las mujeres no es sólo para quién reclama aliadas para sostener tensiones políticas ajenas a nuestras demandas. Opinar sobre fútbol, entrar a una cancha, disputar espacios que ese deporte demanda es una lucha que vienen dando las compañeras con mucho trabajo sin sostener espacios de violencias. La violencia en el deporte y la violencia en los ámbitos digitales son dos caras de la misma moneda, de la discriminación, la dominación y la desigualdad de las sociedades que estamos construyendo.Pero hay contextos en los que estamos participando que aún no tenemos ni la más pálida idea de lo que provocan, sólo hay un leve atisbo cuando entre trolls, bots, algoritmos, nos sugieren los escenarios que nos conviene transitar para que manejados por lúcidas inteligencias artificiales nos creamos que soy lo que digo en la vida real y en la vida digital.Hay una mirada lúcida y cuidadosa que nos falta frente al uso de las redes.LA AUTORA. Verónica Piñol. Socióloga.