Gratuidad sin cuentas públicas ordenadas, es igual al fracaso del sistema
La educación gratuita debería ir, con el paso de las generaciones, reduciendo los niveles de pobreza e indigencia. En Argentina eso no sucede y la explicación es sólo una.
En las familias numerosas suele haber muchos matices de pensamiento y suelen darse conversaciones que cruzan diferentes temas. Es el caso mío con algunos de decenas de primos cuando nos reunimos. En una de esas noches familiares discutíamos por la gratuidad en la educación superior chilena y, lógicamente, surgió la comparación con la Argentina.
En Chile la universidad aún es paga en su mayoría, aunque comenzó un proceso paulatino de gratuidad para los sectores más vulnerables. A la hora del estallido social y los intentos por reformar la Constitución de 1982, la educación gratuita aparecóa en todas las peticiones.
Al consultar con mis primos cuál esperaban que fuera el efecto de al educación gratuita en Chile, la respuesta unánime. Una mayor cantidad de oportunidades y sacar a nuevas generaciones de la pobreza. Fue en ese punto donde a todos les surgieron las dudas, porque les comenté que con educación gratuita en todos los niveles, incluida la universidad, Argentina tenía casi un 50% de pobreza con más del 60% de los niños pobres.
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Lo que nos preguntamos es por qué lo que parecía una cadena lógica de desarrollo, como educación para todos y reducción de la pobreza, no se daba en el modelo argentino. El punto clave al que llegamos, y que tampoco necesito de tanto análisis, fue que la situación económica era tan dura que los niveles de personas con mayores necesidades, no estaba llegando a la universidad y no hacían uso del beneficio de la gratuidad.
Lo cierto es que cuando existe pobreza, y pobreza estructural muy alta, en una familia el pensamiento apunta a sobrevivir y buscar el alimento diario, porque con inflación galopante y salarios bajos, no hay espacio para quitarse de la cabeza el objetivo diario del alimento. En esos, hasta la educación pasa a un segundo plano.
Algo falla en el sistema completo, porque si la AUH tiene entre sus requerimientos la escolaridad y no se está cumpliendo el objetivo final de una educación universitaria como final del proceso, hay factores más fuertes que hacen que se corte ese impulso.
Por eso, el planteo que le hice a mis primos es que es muy válido el pedido de una educación gratuita, pero buscando la forma adecuada de financiarla, porque financiarla a cualquier costo significaría sacrificar y generar un gasto mayor en el Estado sin el respectivo ingreso que lo sustente.
Si en Chile se aplicara así, asegurando la grautidad, pero sin ocuparse que tuviera el financiamiento ncesario y permanente, es muy probable que caiga en la mala praxis de sacar de un lado para tapar otro, generar déficit, emitir y otros, como ocurrió en Argentina durante muchos años.
Para que un sistema educativo gratuito sea una herramienta de ascenso social y reducción de la pobreza, tiene que conjugarse con el orden de las cuentas. Por eso, no basta con escribirlo en un papel o plasmarlo en una ley, si es que detrás no está todo lo necesario para que sea una política de Estado que pueda mantenerse en el tiempo de manera real y efectiva.
En ese contexto, y tras la marcha de esta semana, es bueno que no sólo se pida mayor financiamiento, sino que se presenten esquemas en los que las universidades puedan generar mayores recursos o -como ya se plantea- pensar en un arancelamiento para los sectores que pueden asumir el costo monetario de una carrera.
La realidad indica que cualquier ítem el Estado no debe cubrirlo a cualquier costo, sino que tiene que aplicarse en la medida que se obtengan los recursos permanentes para asegurar su buen desarrollo.