Un cesarismo cuestionable
Jorge López Reynaudo analiza aquí las decisiones en tono unilateral del presidente Javier Milei.
En Latinoamérica y en nuestro país las "democracias" han resultado ámbitos propicios para presidencialismos "cesaristas". Rastrear en nuestro convulso pretérito sus antecedentes, tan ajenos a la República, nos conduce a los "caciquismos" de los pueblos originarios; al "despotismo español" de Virreyes y Gobernadores; al "caudillismo" asolador de nuestra infancia como Nación y a los "autócratas", militares y civiles en una lamentable sucesión de "Césares Criollos", que hemos tolerado durante más de dos siglos.
El desencanto y el socavamiento de la confianza de los pueblos en sus gobiernos e instituciones enancan en la existencia de Ejecutivos Despóticos, ajenos a los contrapesos institucionales y constitucionales, que tipifican al "cesarismo", entendido como conductas que, inspiradas en el César Romano, implican la concentración del poder en un solo hombre, el que lo ejerce de manera opresiva. Las recurrentes crisis de nuestras democracias, asociadas a la demagogia, agregan al "cesarismo, populismo o bonapartismo" como parte esencial de nuestro ADN como Nación.
Siglos XX y XXI, exhiben a Manuel Estrada en Guatemala, Porfirio Díaz en México, Cipriano Castro, Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, Fidel Castro en Cuba, los Somoza y Ortega en Nicaragua, los Duvalier en Haití, Trujillo en Dominicana, González Videla y Pinochet en Chile, Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Stroesner en Paraguay y los Golpistas argentinos a partir de José Félix Uriburu con los seis golpes de 1.930, 1.943, 1.955, 1.962, 1.966 y 1.976. Todo ilustra sobre esta especie de "lepra latinoamericana" donde en nuestro caso, se agregan presidentes/as de Jure, con el mismo estigma anti republicano y antidemocrático.
Marcela Ternavasio en La Nación dice con respecto a Milei: "El presidente, aunque dice estar inspirado en Alberdi, evoca al personaje que ha calificado de "tirano". Los pasos transitados en su corta trayectoria política lo acercan mucho más a la figura de Juan Manuel de Rosas. Las listas de "leales" y "traidores" publicadas en los últimos días no tienen nada que envidiar a las que hacía circular el líder federal. Apoyados ambos en una formidable propaganda política, el nombre propio se erige en la encarnación de una causa sacralizada: "Viva la Santa Federación", "Viva la libertad, carajo".
Más allá de sus reacciones ante los cuestionamientos al DNU 70/23 y su rechazo en el Senado o al fracaso del Proyecto de "Ley Ómnibus", no debemos olvidar que el despotismo siempre tiene hambre de pretextos para desencadenarse.
Jurídicamente innegable que en el DNU la constitucionalidad resultó groseramente afectada, ante el hecho de que Nuestra Corte, en el caso "Pino, Seberino" (2.021), siguiendo su doctrina tradicional, estableció que las facultades legislativas del Presidente son excepcionales y solo puede actuar así cuando las cámaras del Congreso no pueden reunirse o cuando la situación que requiere solución legislativa sea de una urgencia tal que deba ser remediada inmediatamente, no siendo válidos los "criterios de mera conveniencia", ni tampoco elegir discrecionalmente entre presentar una ley o sancionar un decreto, cuestión esta que el Presidente no podía ignorar, en tanto son la base del andamiaje constitucional de la República.
Salvada toda duda sobre dicha inconstitucionalidad y en referencia a la desmesura del "Proyecto de Ley Ómnibus", la que entre la caótica multiplicidad de su normativa y pésima técnica legislativa, guardaba algunas relevantes que podrían haber sido objeto de remisión individual en proyectos independientes, encerraba otras sumamente cuestionables, como las facultades extraordinarias, el aumento de retenciones, la pérdida de la movilidad jubilatoria, la reforma electoral, la reforma del régimen federal de pesca, la privatización de las 41 empresas públicas, que comprometían no sólo su constitucionalidad, sino que implicaban una aspiración ostensible del Presidente, a la "suma del poder", manifestación de un "cesarismo cuestionable" inentendible hoy en una República Democrática.
Todo con el agravante de una reiterada incontinencia verbal, que expresa una ofuscación preocupante y un irrespeto inaceptable en quien ocupa la más alta magistratura del país. En campaña no se privó de agraviar a quienes veía como adversarios; a la U.C.R. y a Alfonsín; al Papa; a Periodistas; a Dirigentes Sociales; a los Artistas y a la totalidad del resto de los Partidos; para luego a poco andar y ya Presidente, romper con los Gobernadores y Legisladores, incluso con los que aparecían dispuestos a colaborar en la crisis, a los que adjetivó entre otras descalificaciones como "delincuentes", "ladrones", "estafadores", "corruptos"," kirchneristas de buenos modales", "lobos con piel de cordero", "parásitos", "mugre de la política". Tales exabruptos, sumados al ya olvidado y desubicado Discurso de Davos, a los agravios al Presidente de Colombia, permiten advertir un serio desequilibrio emocional que augura una etapa de turbulencias en la frágil institucionalidad argentina pese a que posiblemente, para muchos, con interese concretos, no resulte políticamente conveniente señalarlo.
Esto a tres meses de su asunción, permite inferir la pretensión insostenible de gobernar sin Congreso, desconociendo la representación popular de los Diputados y la de los Estados Provinciales en el Senado. No entender, ignorar o negar de que en las Repúblicas Democráticas no hay forma de gobernar sin Parlamentos, es grave afrenta al sistema, que sólo puede atribuirse a ese "cesarismo cuestionable" de peligrosas consecuencias institucionales.
Triste remedo de aquel enero de 1.908 cuando Figueroa Alcorta dispuso por Decreto la "clausura del Congreso" por considerarlo obstruccionista y "la fuerza pública ocupó el palacio legislativo, con orden de prohibir la entrada a todo legislador".
La República, cuyo ideal político demanda contar inexcusablemente con la división de los poderes, el respeto a los mismos; la alternancia en su ejercicio; mayores instancias de democratización y sobre todo, la profundización de los vínculos fraternos y solidarios entre gobernantes y gobernados, conceptos ya enancados en la Ilustración, que devienen en poner énfasis en la razón, la ciencia, la libertad individual y la búsqueda del conocimiento como herramienta para el progreso humano, son conceptos que lamentablemente el actual Presidente parece ignorar o al menos dejar de lado.
Triste en tanto Milei logró un apoyo importante del electorado respecto a la necesidad de reformas estructurales, en un país agobiado por un populismo inepto, hipócrita y saqueador, patrocinado por un corporativismo delictivo que mira sólo sus propios intereses.
Ayer Figueroa Alcorta y hoy este presidente, parecen haber olvidado que la Constitución establece esa indispensable división de poderes y el respeto irrestricto al federalismo como base del sistema republicano, y aseguradores del derecho a la libertad que predica desde su Preámbulo, en tanto la misma, al decir de Joaquín V. González, es "la defensa personal, el patrimonio inalterable que hace de cada hombre, ciudadano o no, un ser libre e independiente dentro de la Nación Argentina".