La moral y la ética para dar atención las diferencias políticas y socioculturales
El punto de vista del Prof. José Jorge Chade, doctor en Ciencias de la Educación. Fundación Bologna Mendoza.
El objetivo de este artículo es proponer una reflexión sobre la moral: en particular intentaré dar forma a una reinterpretación de la ética del cuidado, vista como una forma interesante de repensar el campo de la moral, de practicarla y de reflexionar sobre ella. filosóficamente, lo que puede resultar particularmente apropiado para la conciencia del tiempo presente.
Las evoluciones históricas, culturales y políticas que nos han llevado hasta donde estamos, hablo desde el presente de las sociedades democráticas occidentales, nos permiten hoy ver lo importante que es para cada uno vivir según su estilo de vida personal, desarrollarse y florecer en su propia singularidad (por ejemplo, elegir cómo amar o cómo formar una familia o no, a que doctrina pertenecer, cómo cuidarse o cómo morir), nos han mostrado cuán criticable es intentar confinar a la humanidad a una medida determinada y única, definir sus caminos y necesidades sin reconocer su variabilidad y riqueza. Esta conciencia no es sólo un hecho teórico, es una realidad de nuestros sentimientos, es la exigencia que se plantea en las múltiples formas en que intentamos hacer presente el sufrimiento y la violencia que padecemos cuando no se reconoce esta posibilidad. Por otra parte, el tiempo actual también nos hace muy conscientes de lo difícil que es todavía reconocer esta dimensión en nuestra convivencia, de cómo esta diferencia puede causar un problema, de cómo la violencia y la dominación todavía se ejercen para cerrar las posibilidades del florecer humano (la situación que estamos viviendo hoy en relación a las diferencias políticas, por ejemplo). El presente se caracteriza todavía por la diferencia entendida en sentido negativo, es decir, por la diferencia que surge entre quienes pueden actuar, o incluso simplemente representarse a sí mismos, su propia necesidad singular de florecimiento y aquellos que, en cambio, la ven negada o tienen que preocuparse por un nivel mucho más básico de sufrimiento y violencia, el que les niega la misma posibilidad de vivir: aquellos que viven no sólo en una privación simbólica de su humanidad, sino también en una privación material.
Mirando tanto a nuestras sociedades como al planeta, está claro que aún queda un largo camino por recorrer para reducir las formas de violencia y opresión que están presentes y que este camino implica prestar atención no sólo a las diferencias y desigualdades más evidentes en términos de bienes, riquezas o vulnerabilidad física sino también a las que se derivan de silenciar, hacer invisibles o inescuchables las necesidades de algunos, o de muchos, o de la impracticabilidad de las formas de su vida.
Creo que ésta debería ser la piedra angular de una reflexión no sólo política sino también ética.
¿Qué es lo que hace posible que no veamos el sufrimiento de tanta población mundial? ¿Qué es lo que hace posible que no veamos cómo algunos de nuestros pequeños gestos, una broma, una palabra, contribuyen a estigmatizar determinadas vidas, haciéndolas invivibles? Desde este punto de vista, nuestra forma de conducirnos debe ser cuestionada.
El momento socio político actual nos da, creo, la urgencia de estas últimas consideraciones, al tiempo que indica una vía de solución: debemos pensar en la diferencia, hacernos cargo de ella y cuidarla, pero no de manera ingenua.
Otra conciencia adquirida reflexiva y prácticamente, especialmente en la última parte del siglo XX, es precisamente la que indica los riesgos que implica la falibilidad del intento de cerrar las diferencias que nos atraviesan en algo que pueda decirse de manera clara y definitiva forma. De hecho, hoy nos enfrentamos no sólo a la conciencia de la fragilidad de nuestras vidas sino también a la de nuestras nociones, de los discursos emancipadores, de nuestras propias categorías y narrativas. Sabemos que hay muchas fuerzas y poderes que hacen que algunas formas de vida menos visibles y menos habitables, sabemos que nuestra forma misma de pensar no es neutral con respecto a estas fuerzas.
La reflexión y la práctica de la moral no pueden ser cuestionadas sobre esta base, pero representan -en mi opinión- también una forma importante de respuesta, en la búsqueda de una convivencia menos violenta en estos diferentes sentidos.
El intento de este artículo, por lo tanto, es el de tratar de ver cómo podemos reconfigurar nuestra concepción y práctica de la moral a partir de este tipo de conciencia, es decir, de conciencia de las numerosas dificultades que obstaculizan nuestra capacidad de ver y encontrar a los demás, comprender sus necesidades, cuidar de ellos , incluirlos e incluirnos.. Desde esta perspectiva, trato de inspirarme en la reflexión sobre el cuidado de los demás y las relaciones que los unen, que se desarrolló a partir de de dos perspectivas propuestas por Carol Gilligan en los años 1980.
1. La diferencia es una característica específica de la condición humana y no un problema a resolver.
C.Gilligan
2. La capacidad de hablar depende de la calidad de la escucha, de ser escuchado; y es un acto fundamentalmente relacional.
C.Gilligan
La intención de esta reflexión de hoy, sin embargo, no es reafirmar las tesis de Gilligan, o cuántas le han seguido, sino, por el contrario, dar forma a una elaboración completamente nueva que tenemos que desarrollar como ciudadanos y principalmente como " personas" para llegar nosotros mismos a una ética del cuidado de los demás entendido como sociedad y tambien del auto cuidado que en muchos casos tenemos "des-cuidado".
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