Columna Líquida

El estado líquido de esos corazones

La escritora Marcela Muñoz Pan indaga en la poesía en la búsqueda de gotas de amor evaporado.

Marcela Muñoz Pan

Los suspiros son aire y van al aire. Las lágrimas son agua y van al mar. Dime, mujer, cuando el amor se olvida, ¿sabes tú adónde va? Gustavo Adolfo Bécquer.

El corazón cuando entra a olvidar, podríamos decir, depende de ese estado líquido en que esos recuerdos, esa pasión descontrolada que alguna vez sentimos, se cuela en ese corazón que ya no siente ni el frío ni el calor, un amor a la deriva donde los mares pueden derramarse de lágrimas al que dejaron de amar y el que dejó de amar se coló en un espacio y un tiempo que no se sabe por qué, ni para qué, ni mucho menos por qué.

Cuando, desafortunadamente comienza a desentrañar los largos espacios y rincones el olvido, se desliza por entre sus propias deslealtades desfigurado la tarde y comienza a descender. Uno ante sí mismo, frente a frente con el único propósito de aparentar un diálogo: (todo monólogo, es un diálogo contenido, que se agolpa en nuestra boca y sólo logra salir por escrito y en tinta). Escribirme, escribirles señores lectores, para dar otra versión de un desahogo. Uno más, entre los que busco todos los días, aunque no encuentre sino ahogos, por falta de aire, ausencias, silencios instalados, como estatuas de mármol, aquí en este mundo tan pequeño, el mío, el que forjo a toda hora, sin lograr ensancharlo nunca.

Tener el mar por delante para no ver nada más que estrecheces, lo que confirma mi sospecha de que no está afuera, más bien sale de adentro, tiene las mismas medidas de nuestro espíritu. Uno y otro viven una eterna dependencia. Debo andar con el espíritu muy reducido para sentir que el mar, ese que no perdona, me cabe en una mano, cuando quisiera que por su tamaño no hubiera lugar donde ponerlo.

Las lágrimas crecen con la placidez de un atardecer sorbido por nuestros ojos, así, sin ninguna intención más que la de mirar, se cuelan de la mano tibia que nos arroba en una extensión de tactos, roces, que juntos hacen una caricia. Abre sus límites cuando el amor, el eterno pasajero, libera con su visita la geografía íntima de la alegría.

El amor, el espejo, las lágrimas que no sabemos dónde van, siempre devuelve a destiempo la verdadera imagen del otro, la que no vemos de tan absortos que estamos en mirarnos la superficie de nosotros mismos. Lo sublime y lo miserable del amor reside en eso: en el ocultamiento del otro mientras creemos-soñamos estar viéndolo. Ahí está también toda la ilusión que lo acompaña como un cortejo a todas partes.

Intento pensarme en el amor, o en su acción que es estar enamorada. Intento saber de mí ahora que ya no veo al otro, qué había detrás de mi amor. Cuántas veces lleva repetida la pregunta: qué es estar enamorada. Es que, sobre la pregunta nace con el amor y se actualiza en cada enamorado.

Amor y duda, amor y desconcierto, amor e ignorancia. Mientras más nos adentramos en el amor, mayor es nuestro desconcierto sobre él. ¿Es que vale la pena saber de él? ¿Se lo vive más plenamente en la ignorancia? Yo sólo sé que mi capacidad de amar necesita del conocimiento, para saber ella como funciona, si es que la capacidad de amar posee algún funcionamiento.

Palabras, son todas palabras que no llegan a profanar los secretos del amor, la taza de café que se derramó cuando se vieron, ese beso que quieren darse y no pueden, ese beso que se dieron y dejó un hilo rojo de agua para siempre, ese beso que aún no se dan pero que llegará el día, La "llama doble" de Octavio Paz, que no calienta ni ilumina, así ha quedado el amor o la ignorancia sobre él, los suspiros de Bécquer que van al aire, las lágrimas como cataratas de agua salada, el corazón líquido que liquidó esa llama doble de Octavio Paz. Llegó el silencio.

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