Opinión

La grandeza del general San Martín

Todos admiramos al Padre de la Patria. Su figura es amada, querida, y está rodeada de un innegable cariño popular.

Luis Elías

A los 34 años llegó de España convertido en un verdadero líder militar. Su dilatada experiencia en los campos de batalla europeos lo habían dotado de las capacidades necesarias para convertirse en un verdadero líder.

La formación del Regimiento de Granaderos a Caballo, grupo de elite que tendrá su bautismo de fuego en San Lorenzo, dio acabada prueba de su talento.

Un año después, la gobernación de Mendoza dejará ver sus dotes para la administración aplicada a la estrategia, planificación, logística, manejo de la gente y de la cosa pública. Gobernó la provincia con honestidad y talento. Entre otras muchas obras construyó un hospital, armó una red de agua para extender el riego y facilitar el consumo humano, fundó una escuela, mejoró caminos y el sistema de postas, fomentó la salud y la educación, reglamentó el sistema carcelario y promovió la primera ley de protección al vino cuyano. Todo con escasez de recursos, al mismo tiempo que formaba un ejército de 5000 hombres que se cubriría de gloria en los campos de Chacabuco y Maipú. Fue un jefe ejemplar. Supo transmitir el sueño de libertad a sus soldados y hacerlos partícipes de la gran Gesta Americana. Motivó a sus hombres y compartió con ellos sus sueños. Por eso en su ejército no hubo suicidios ni deserciones. Y cuando la ocasión lo necesitó, se puso al frente de su tropa dando ejemplo de valor y coraje. En medio de la adversidad creó oportunidades con ingenio y optimismo. Y habiendo formado un leal equipo de colaboradores sin los cuales no podría haber llevado adelante su empresa, reconoció y agradeció el esfuerzo de cada uno de sus hombres.

Con lo dicho bastaría para despertar en nosotros un merecido aprecio por el Libertador. Pero nuestra admiración trasciende su obra militar y política. En San Martín se encarnan valores poco comunes y que hoy son demandados por la sociedad a sus hombres públicos. Entre ellos su desprendimiento personal, su falta de interés por los bienes materiales. Vivió de sus sueldos y cuando fue necesario donó la mitad de sus ingresos como gobernador para la causa libertadora.

Siempre vivió modestamente, no le importaba el lujo, y es sabido que, después de liberar a Chile, hizo que un sastre le diera vuelta su viejo uniforme en vez de adquirir uno nuevo. Cuando daba algún banquete por razón de su cargo, solía comer antes alguien churrasco en la cocina. Trabajó como un labrador en la finca que le donó el gobierno mendocino y era enemigo de los homenajes se le ofrecían. Esta austeridad de vida hace de la figura de San Martín un paradigma de lo que debería ser un hombre público que caló hondamente en el imaginario colectivo.

Otra característica de San Martín que contribuyó a acrecentar su prestigio fue su férreo sentido del honor. Esto se refleja, por ejemplo, cuando renuncia - y no deserta - del ejército español, o en el reglamento que redactó para sus granaderos, en el que enfatizaba la corrección que debían observar en todos sus actos. En una oportunidad, cuando su honor fue puesto en tela de juicio por Rivadavia, no dudó en retarlo a un duelo que no se formalizó gracias a que su médico y amigo, Diego Paroissien lo disuadió de lo contrario.

No era codicioso de poder. Aceptó ser gobernador de Cuyo en vistas a restablecer su quebrantada salud. Y durante su gestión, pródiga en obras, se vio en la necesidad de organizar el Ejército Libertador. Triunfador en Chile, no aceptó convertirse en Director del pueblo trasandino. En Perú debió hacerse cargo del Protectorado, pero después de Guayaquil consideró que su tarea estaba cumplida y dejó el cargo, devolvió su autoridad al Congreso y abandonó el territorio que había liberado.

Su gran objetivo se había logrado: la emancipación americana. Y viendo a su patria sumida en guerra de facciones, desestimó por completo hacerse cargo del gobierno que se le ofreciera. No estaba dispuesto a desenvainar su espada para mancharla con la sangre de sus compatriotas.

Otro rasgo que nos hace más querible a San Martín es el amor que sintió por su patria, por lo criollo. Afirma en carta a Guido «mi alma encuentra un vacío que existe en la misma felicidad y, ¿sabe usted cuál es? El de no estar en Mendoza...» Y más adelante agrega: «Si me dejan tranquilo y gozar de la vida, sentaré mi cuartel general un año en la costa del Paraná, porque me gusta mucho, y otro en Mendoza, hasta que la edad me prive de viajar». Esto nos muestra que, viviendo ya en Francia, siente una profunda nostalgia y amor por su patria.

En San Martín se refleja nuestro sentir argentino. Porque su vida, obras y su trayectoria han sido transparentes y ejemplares.

Como dice Félix Luna, "hoy echamos de menos esta laya de hombres. Una cultura superficial, frívola, sin respeto por los valores y por la conducta, está engendrando dirigentes que sólo se atienen a la búsqueda del poder, del dinero o de la figuración. Pero el ejemplo de San Martín no es un anacronismo, tiene vigencia permanente. Porque no sólo es un prócer: es un espejo de lo que debería ser un hombre consagrado a las cosas importantes del país, es decir, desinteresado de la riqueza personal, honrado, veraz y sin vueltas, indiferente a la obsecuencia, austero, lleno de amor por la patria. Por eso, uno ve a San Martín no sólo como una estatua sino como a un compadre criollo y amistoso, que está al lado de nosotros vigilando para que no se desmadre nuestro destino como nación."

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