El hombre que vino a morir a Mendoza: ¿tragedias evitables?

El terrible caso del cordobés Héctor Dionisio Aguilar, en la pluma de Isabel Bohorquez,q ue escribe desde Córdoba esta columna para Memo.

Isabel Bohorquez

Héctor Dionisio Aguilar desapareció de su hogar el 2 de julio pasado. Este hombre de 64 años de una pequeña localidad cordobesa, San Basilio -con algo más de 3.500 habitantes-partió de su casa sin dar explicaciones.

Lo notable en la investigación de la desaparición de Aguilar es que rápidamente se pudo saber que había sido víctima de una estafa por las redes y que -siendo convencido y engañado- lograron persuadirlo de una serie de mentiras y pedidos de dinero.

"Según informó el fiscal de la causa que tramita en San Rafael, Javier Giaroli, Aguilar fue ?engañado a través de un perfil falso de redes sociales manipulado por internos de la cárcel de San Rafael que lo convencieron que eran personas que lo conocían de antes y a quienes les transfirió mucho dinero a billeteras virtuales'.

Luego ?lo convencieron que viajara a San Rafael a encontrarse con una mujer los primeros días de julio cuando dejó de tener contacto con su familia', indicó el fiscal".[1]

Los detalles privados de esta historia injusta quizá no se conozcan nunca. Hoy se sospecha de que el argumento que lo llevó a caer en la trampa fue la confabulación basada en una relación amorosa que podría haber tenido con una mujer, que a su vez afirmaba ser madre de una hija en común, como fruto de ese vínculo efímero. Motivo en el que justificaba sus pedidos de ayuda.

"La investigación realizada permitió conocer que el hombre fue estafado por presos mediante un engaño, puesto que le hicieron creer que tenía una hija en Mendoza con una mujer con la que habría tenido relaciones tiempo atrás. Pese a que la causa que permitió acceder a estos datos estaba caratulada como ?averiguación de paradero', se abrió un expediente por ?homicidio criminis causa'.

A través de redes sociales lo conecta una persona, teóricamente una femenina que le pide una amistad por Facebook y -no sabemos cómo- le hace creer que es alguien con quien tuvo relaciones hace más de 10 años (...) contó a Diario San Rafael el abogado de la familia Aguilar, Daniel Fernández.

Cuando llega a Cañada Seca, a Salto de las Rosas, es esperado por una mujer que estaba con un masculino. Suben al auto y de ahí en más, nada más se supo", precisó Fernández.[2]

Cañada Seca queda a menos de 20 km de San Rafael y el hombre que lo sorprendió había salido recientemente de la cárcel.

Al parecer, todo fue una simulación que logró su objetivo: controlar la voluntad de esta persona que viajó sin vacilar a Mendoza para socorrer a la madre y la hija de la supuesta situación adversa.

Héctor fue hallado sin vida y ya hay 5 personas imputadas, 3 de ellas encarceladas mientras se realiza la investigación.

"Los detenidos son Brian Ángel Ríos Quiroga (30), su mujer, Silvia Raquel Luffi (31); Alan Eloy Martínez Guevara (28); y Hernán Ariel Oviedo Castro (31); quienes fueron imputados de ?estafa en concurso real con robo agravado por uso de arma y homicidio agravado para procurar impunidad, por alevosía y por ser cometido por el concurso de personas en concurso ideal'.

Mientras que Cesar Daniel Campos Carmona fue imputado de "encubrimiento agravado por la gravedad del hecho".[3]

Las muertes casi siempre nos resultan injustas.

La de Héctor Aguilar lo es sin lugar a dudas: macabro y despiadado "cuento del tío" que desencadenó en una trampa mortal.

Entonces me pregunto: ¿acaso hubiera sido posible evitarla? Las redes sociales representan todo un desafío en el contexto de las relaciones humanas actuales. Sin embargo, no creo que solamente se trate del aprovechamiento de la tecnología para engañar y cometer delitos. Creo que tenemos más por resolver como sociedad.

Y con ello, no quiero eludir mi siguiente interrogante: ¿por qué los delicuentes que están presos pueden seguir tan activos, conectados y con pleno uso de todas las artimañas posibles desde dentro de la cárcel? ¿Por qué consentimos que pasen esas cosas?

Recuerdo que un argumento en contexto de pandemia fue el de permitirles a los presos que accedieran a la posesión de celulares para que se pudieran comunicar con sus familias ante la reclusión masiva que les impedía recibir visitas. Cuestión que nunca contó con el control y supervisión correspondiente.

Hoy en día, la posesión de un celular dentro de la cárcel es un arma muy poderosa para seguir cometiendo prácticas ilícitas de todo tipo, encargando asesinatos, estafando gente, amenazando, extorsionando... ¿y qué hacemos al respecto?

Nada. O muy poco.

Somos una sociedad abrumada e inmovilizada por nuestros propios y contradictorios dilemas. Abrazamos la libertad y la condición de sujetos de derecho, sin restricciones y sin advertir la necesidad de equilibrar dicha condición con el indispensable elemento del binomio: los deberes.

El concepto ampliación de derechos se ha repetido innumerables veces y se ha plasmado en leyes y resoluciones en todos los ámbitos de gobierno los últimos años.

Hemos condenado en nuestro lenguaje, actos sociales y culturales todo vestigio de represión, autoritarismo y control social.

¿Y ahora? ¿Cómo encontramos el equilibrio para vivir en una sociedad que se base en el respeto mutuo y en la condición armoniosa de que a cada derecho le corresponde un deber indeclinable? En el compromiso con el otro, la empatía, la solidaridad que me pone en un lugar comunitario y no solamente individual.

¿Cómo nos representamos una vida que sea en común y que implique normas y acuerdos que estamos dispuestos a cumplir sin que eso signifique la pérdida de la libertad?

Se escucha muy a menudo que la delicuencia es la hija favorita de la pobreza. Yo no pienso así. No es la condición de la pobreza en sí misma la que nos pone al borde de una sociedad autodestructiva, violenta y malévola con sus propios congéneres. Es la ausencia de valores, el borramiento de una ética imprescindible, el rompimiento de las normas de convivencia, su vaciamiento en orden a un "homos liber" que todo lo puede con tal de hacer lo que su propia necesidad e interés le dicte.

Es la misma sociedad la que genera la delicuencia y las oportunidades para que se materialice. Somos nosotros. Es nuestra flojera que nos lleva a admitir que nuestros gobiernos sean corruptos e ineficaces, grotescos y ambiciosos sin límites. La misma flojera que nos lleva a admitir que vivir protegidos por rejas, alarmas, botones anti pánico y mil precauciones más es la nueva normalidad.

Mientras en la cárcel, los pocos que llegan a estar presos por sus crimenes, tienen la oportunidad de volver una y otra vez a tramar un engaño mortal.


[1] https://www.lavoz.com.ar/sucesos/encontraron-el-cuerpo-de-hector-aguilar-el-cordobes-que-asesinaron-en-mendoza/

[2] https://www.infobae.com/sociedad/policiales/2023/07/23/una-mujer-confeso-que-mataron-a-punaladas-al-hombre-que-desaparecio-tras-ser-enganado-por-presos/

[3] https://www.lavoz.com.ar/sucesos/encontraron-el-cuerpo-de-hector-aguilar-el-cordobes-que-asesinaron-en-mendoza/

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