Un encuentro desigual de finales abiertos
Carlos Varela Álvarez y una cuarentena literaria. Aquí nos propone conocer una historia íntima: su encuentro en el Tren Trasandino con el gran Julio Cortázar.
No puedo recordar la estación de año pero hacía calor. Parados en la estación de trenes, mi vieja y mis hermanos nos disponíamos a subir al tren desde Santiago de Chile a Mendoza para de ahí tomar otro que nos llevaría a San Juan.
El tren era un juguete de ensueño, lo llamaban el Transandino y era de trocha angosta e iba surfeando la cordillera de los Andes por casi 300 kms. Para nosotros era un placer, porque como éramos chicos, de 14,13 y 11 años que nos bajábamos y volvíamos a subir al tren en movimiento mientras éste trepaba. Era tan lento su andar que el viaje era una ocasión para las travesuras.
Pero esa no es la historia. En el colegio de Viña del Mar, el mejor profesor que tuve en mi vida, Eric Allech, nos había hecho leer muchos libros, era el profe de Castellano, así se llamaba la materia. Con él hasta escribimos y representamos obras de teatro, y recuerdo con la que competimos, "Bingo Fatal".
Después del Golpe de Estado de Pinochet, nunca más veríamos a nuestro profesor, que fue echado de mi Colegio, luego de años supimos era un joven socialista simpatizante de ese recreo de la historia que fue el Gobierno de Salvador Allende. Roa Bastos, Carpentier, Vargas Llosa y por supuesto Neruda, Nicanor Parra y la Mistral fueron los nombres que nos hizo conocer. Uno de los libros que nos rompió la cabeza fue un cuento de Cortázar, "la noche boca arriba" que como yo lo recuerdo (no hago trampa yendo a internet ni busco en la biblioteca sino que me remito a mi pobre memoria)se trataba de un indígena en la mesa de sacrificio que soñaba a uno que iba en moto que tenía un accidente y que estaba en el quirófano o era el motorista que luego del accidente soñaba al indígena y el sacrificio. Cortázar siempre será no sólo único sino distinto, su estilo no puede ser asimilado a otro.
En la estación de los años 70 de Santiago de Chile, él estaba allí. Lo reconocí porque era para mi altísimo, delgado y no recuerdo haberlo visto fumar porque sé que lo hacía. No podía creer, yo tendría 13/14 años, y que ese señor del cuento fantástico estuviera ahí delante de mí. Me acerqué a él, lo miré y con la impunidad de mi edad le pregunte como se llamaba. No podía ser otro, su acento era raro, medio gangoso, bah afrancesado. Yo estudiaba en un colegio francés y le pregunté en ese idioma si iba a Mendoza y me dijo que sí.
Él estaba solo y yo en cualquier momento presentía que me echaría a patadas de allí. Me parecía hosco, cuando en realidad era tímido. De ahí nos separamos y lo vi subir. Durante el viaje me dediqué a jugar con mis hermanos, tres varones inquietos dentro del tren. Pase varias veces delante de él que miraba el paisaje de montaña absorto y tranquilo.
Cuando llegamos a Portillo, donde el tren debía subir lo que ahora son los Caracoles, trepaba lentamente, entonces volví nuevamente y le pregunté en español si le gustaba el paisaje, con un breve sonrisa me respondió afirmativamente.
Le conté un poquito del Túnel del Cristo Redentor, que había para el tren, donde habían estalactitas y estalagmitas, cosas que siempre contaban cada vez que pasábamos para allí. Nunca recibí una pregunta, se ve que era molesto su joven lector. La última vez que le hablé fue cuando pasamos por el cerro Los Penitentes, y le conté porque le decían así y que mi viejo una vez me había mostrado un cerro cuya sombra decían que en determinada hora se parecía a Perón, se lo conté pero no lo pude encontrar.
No recuerdo más palabras ni encuentros, creo haber sido un viajero inquieto y molesto, pero él tuvo la indulgencia y paciencia necesaria de un ser humano distinguido.
Me he envuelto luego en sus lecturas de Cronopios y famas, El baúl de Manuel, Autopista del sur y muchos otros y por supuesto he leído Rayuela de todas las formas posibles. Mi historia breve del encuentro con Cortázar ahora que han pasado los años me recuerda el cuento que me hicieron leer de "La noche boca arriba".
Aún no sé si Cortázar soñó el viaje en el Transandino y el encuentro con un pelmazo o si yo soñé el encuentro con el maestro y el tren imaginario. Como en Rayuela, los finales son abiertos, a gusto del lector.