"Dígame licenciado": La oferta universitaria en Argentina... ¿la industria de los títulos?

Isabel Bohorquez y una necesaria reflexión en torno a los títulos universitarios en el país.

Isabel Bohorquez

Hemos idealizado tanto a la universidad que rara vez cuestionamos su proceder o nos percatamos de que las universidades como instituciones cumplen una función social y deben responder a la sociedad que las sostiene.

El mito de la universidad como una entidad superior al conjunto de las instituciones aún persiste de la mano de una convicción por el progreso vinculado a la ciencia.

Dice Bonvecchio: "La universidad según De Dominicis (...), es la cima más alta de la lucha por el progreso, que simultáneamente consiste en la obtención de la plenitud humana y la realización de una sociedad. Por medio de la universidad y de su función social, De Dominicis considera que se puede develar la superstición religiosa, atenuar la conflictividad entre las clases sociales, aumentar el saber y crear profesionistas cada vez más preparados"[1].

Argentina y la prosperidad

Argentina generó y promovió la expansión de un sistema universitario que conserva esa valoración social pero que -hoy más que nunca- se debe una discusión y un proceso de transformación que habilite genuinas posibilidades de cambio social en base a un modelo de desarrollo. Animándonos incluso a discutir cuál progreso es posible en nuestro país y de qué manera llevarlo a cabo, sin incurrir en los callejones sin salida de siempre.

Ubicándonos en la década de los sesenta en Argentina (del siglo pasado), "(...) el plan Taquini es una expresión arquetípica de una etapa bien llamada ?la década del desarrollo', caracterizadas por la confianza compartida en las posibilidades y alcances de la planificación social. La construcción del desarrollo era un punto de encuentro y de convergencia entre las nuevas disciplinas académicas que dieron a las universidades de entonces un papel de relevancia en los esquemas de gestión del auge económico, las políticas de bienestar social y el impulso del progreso productivo. (...)En este contexto las universidades eran percibidas como una institución clave en el desarrollo social, entendido como un proceso de desenvolvimiento desde una economía agroexportadora a una economía industrial".[2]

¿Qué fue de ese proyecto de expansión del sistema universitario?

Se diversificó su oferta académica, creció vertiginosamente y fue dejando atrás ese modelo de desarrollo que debía impulsar y hacia el que debía direccionar sus intenciones formativas.

Argentina, actualmente, brinda 9.329 ofertas de pregrado y grado universitario con una población de 2.318.255 estudiantes (datos obtenidos del informe estadístico 2021-2021 de la Secretaría de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación de la Nación)[3].

Metáforas de una ideología triste

Tomemos a modo de referencia la cifra de carreras de grado ofrecidas en España: 4.226 de Grado y doble Grado (PCEO grado)[4], que responden a la actual dinámica de transformación y homologación de estudios superiores como fruto del proceso de Bolonia en toda Europa y los nuevos marcos jurídicos que esto ha traído como consecuencia de ese proceso.

Nuestra oferta es sumamente excesiva. Y además padece de otros problemas sistémicos.

Lo afirma el propio CIN (Consejo Interuniversitario Nacional) en el 2012 y en referencia a acuerdos formulados desde el año 2008: "Existe un consenso generalizado acerca de la necesidad de abordar sistemáticamente el tema de las titulaciones en nuestro país, con una situación actual caracterizada por gran desorden y dispersión de títulos, especialmente en el grado". Y además: "Es necesario definir un conjunto de criterios que permitan distinguir con claridad los tipos de diplomas de grado y pregrado y una posible clasificación de títulos en cada una de las áreas disciplinarias."

Continua el documento: "Numerosos estudios señalan que la oferta de títulos en el país crece en forma acelerada en términos cuantitativos y cualitativos en un marco de diversificación creciente en el que algunos autores destacan dos tendencias importantes: la "sobre" especialización en el grado, especialmente en determinadas áreas disciplinarias, la superposición de oferta y la reiteración de títulos (Krotsch 2007; Fanelli y Balán 1994; Dirié, C. 2002; Marquina 2004; Auberdiac y Etcheverry 1995) en áreas o regiones geográficas".

El mismo texto expresa: "Asimismo, esta DNGU ha señalado recurrentemente que, en las presentaciones que realizan las instituciones universitarias para obtener el reconocimiento oficial de un título, se vislumbran una gran diversidad de denominaciones para propuestas de formación similares. Sólo para que se entienda a qué nos referimos, valen como ejemplo los títulos que mostramos a continuación, cada uno de ellos de una institución diferente: Licenciado en Agronegocios / Licenciado en Administración y Gestión de Agronegocios / Licenciado en Comercialización Agropecuaria / Licenciado en Administración Agropecuaria y Agronegocios con orientación alternativa en Gestión de Agroalimentos" [5].

¿Cómo ordenamos territorialmente -en base a proyectos que integren la universidad a sus contextos- un sistema que ha crecido a espaldas de la sociedad que lo sustenta respondiendo a los intereses de las coyunturas políticas y de los cuerpos docentes, casi siempre reacios a una transformación?

Razones para la esperanza: ¿Los argentinos saldremos de esta crisis que parece eterna?

En la actualidad (aunque desde hace años se viene discutiendo sin grandes avances ni decisiones) el sistema universitario con este elenco de carreras universitarias por todo el país, lejos de favorecer el desarrollo nacional y fortalecer al graduado con una formación y unas herramientas que promuevan su inserción profesional, está generando una gran industria endogámica, que ha crecido de un modo desordenado, excesivo, solapándose entre sí y debilitando así los perfiles profesionales respecto a un campo ocupacional en el que luego sus graduados deben encontrar un trabajo. Consecuencia que queda ajena al claustro académico ya que lo que pase con los egresados parece no ser un tema de importancia para la universidad.

Las carreras resultan largas, muchas de ellas con un currículo desactualizado o incluso contradictorio con algunos desafíos actuales. Se repiten las ofertas en universidades que están muy próximas geográficamente, no se coordinan entre sí, cada universidad parece un universo propio. Hay poca conexión temprana con el mundo del trabajo, no hay seguimiento del estudiantado que deserta y tampoco del que egresa, entonces no se sabe adónde van los estudiantes luego de la experiencia formativa. Cuestión que sería muy orientadora para redirigir muchos proyectos de formación.

¿Cuáles son las soluciones? Están a la vista, pero hay que tener la determinación de hacer los cambios y construir los consensos sobre la base de admitir que ese cambio es indispensable.

Las carreras de pre grado y grado deberían ser más cortas, con currículos troncales, flexibles, polivalentes, de base común y con ciclos cuyas orientaciones estén definidas al mundo del trabajo, que admitan luego especializaciones altamente específicas y en respuesta a su contexto (a veces, emergentes y coyunturales).

Cuestión de fe

Ninguna institución formativa puede soslayar su realidad territorial (¿qué carreras hacen falta en el lugar donde radica la universidad?, ¿qué desafíos y necesidades tiene ese territorio?) así como la visión de conjunto con el resto del país. Es más, ya deberíamos haber avanzado hacia una visión regional, al modo de proceso de Bolonia para toda Europa entre otras cuestiones con un sistema de equivalencias y de intercambio de experiencias que les permita a los estudiantes aplicar lo que van aprendiendo en diferentes espacios. Esa concepción de comunidad educativa alberga la visión de una sociedad que recibirá a los graduados, a través de los cuales se podrán sostener diversos procesos de avance y desarrollo así como la ejecución de tareas especializadas, buscando responder y a su vez dar impulso a un proyecto de país.

La perspectiva actual, caótica y endogámica, centrada en lo que pueda ofrecer en su entretejido de recursos para seguir captando alumnos, como un verdadero juego de oferta y demanda, pone a la universidad lejos de una visión colectiva. El proceso formativo se vuelve un camino individual, donde cada estudiante elige con mayor o menor acierto su destino y lo emprende en soledad.

Cierro con José Ortega y Gasset (1939 en su conferencia en Buenos Aires), donde nos anima a dejarnos "de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal" y allí nos regala la inolvidable expresión: ¡Argentinos a las cosas, a las cosas!


[1] Claudio Bonvecchio, El mito de la universidad, Siglo XXI editores, México, 1994, pp. 50-51.

[2] Alberto Taquini (h) comp. Universidad y cambio social. Plan Taquini: pasado, presente y futuro. Eduntref, Buenos Aires, 2022, pp.118-119

[3] https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/sintesis_2020-2021_sistema_universitario_argentino.pdf

[4] https://www.universidades.gob.es/wp-content/uploads/2023/03/Principales_resultados_EUCT_2022-FINAL.pdf

[5] http://fadara.armada.mil.ar/assets/archivos/normativa/2%20-%20Direcci%C3%B3n%20Nacional%20de%20Gesti%C3%B3n%20y%20Fiscalizaci%C3%B3n%20Universitaria%20%E2%80%93/DOCUS%203%20sobre%20denominaciones%20de%20t%C3%ADtulos%20universitarios.pdf

LA AUTORA. Isabel Bohorquez es doctora en Ciencias de la Educación.

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