El mito del "buen salvaje"
La historiadora Luciana Sabina se refiere en esta nota a la relación del presidente Domingo Faustino Sarmiento con los indígeneas y aplica una categorización que definició Rousseau: la del "buen salvaje"
Al asumir Domingo Faustino Sarmiento como presidente en 1868, las tropas nacionales estaban abocadas a la guerra en Paraguay y la frontera desguarnecida. Terminada esta contienda el regreso no fue inmediato. En dicho ínterin, el pueblo de Tres Arroyos resultó atacado por Calfucurá y fueron asesinados dieciséis hombres y tomados como cautivos quince.
Además, saquearon el lugar arreando cerca de cuarenta mil animales. En total ese primer año de gobierno se produjeron unas doce invasiones a Buenos Aires, Santa Fe, San Luis y Mendoza.
Intentando contrarrestar la permanente situación de inseguridad, el primer mandatario realizó "pactos" con varios caciques. A través de ellos buscaba satisfacer las primeras necesidades de los habitantes del desierto y asegurar la paz en la frontera.
En una oportunidad, Sarmiento recibió en su despacho al mismísimo Calfucurá con una delegación de caciques del sur.
En medio de la reunión ordenó abrir las ventanas y los aborígenes preguntaron el motivo a través de un traductor. Recibieron de su parte una respuesta muy descortés: "Dígales que los indios tienen un olor a potro insoportable para los cristianos" (Ricardo Rojas).
Ofendidisimo el legendario cacique acotó que los cristianos olían a vaca y eso era desagradable para los indios, ya que es sabido que manejaba el español. El asesinato de Urquiza y la posterior rebelión de López Jordán en Entre Ríos alejaron nuevamente al gobierno nacional de la frontera sur. Y terminó siendo algo de lo que no se ocupó más que paliativamente.
Sarmiento creía que los aborígenes debían y podían ser incorporados a la sociedad a través de un proceso de "civilización". Para comprender esta cara de su pensamiento fue revelador el trabajo de Adriana Susana Eberle, publicado por el Museo Sarmiento de Buenos Aires en 1995.
Domingo Faustino consideraba necesario separar a los miembros de las tribus y reubicarlos en zonas civilizadas, así irían contagiándose de "buenas costumbres". Su plan consistía en enviar al campo a los hombres, mientras que mujeres y niños terminarían en la ciudad, en casas de familias.
Los pequeños mayores de diez años debían ser separados de sus madres porque estas les transmitían "barbarie".
Más que militarizar la frontera, para el sanjuanino se debía poblar el territorio. Porque la Patagonia era un espacio cuasi desierto. Así, una parte de las tribus estarían situadas allí, en terrenos delimitados con escuelas, gobierno, culto (no solamente la católica, se admitirían otras religiones) y la ayuda que necesitaran para subsistir. Se sumaban a ellos los deseados inmigrantes europeos como potenciales pobladores del territorio. No respetaba culturalmente a los indígenas, pero fue gran defensor del derecho de estos a la vida, a diferencia de lo que el revisionismo le adjudica.
Otro de los grandes errores es considerar a los aborígenes como "pueblos en su infancia", cuando poseían a líderes capaces e inteligentes como Calfucura.
Por otra parte, antes de la llegada de las Remington, los indios que atacaban desde la frontera tuvieron todas las ventajas en cuanto a equipamiento.
Contaban con un arma potente: las boleadoras, elemento que tomarían posteriormente los gauchos y que utilizado con destreza letal acabó con la vida de muchos cristianos. Debemos sumar cuchillos y escudos rudimentarios.
Con los españoles, llegaron los caballos. Tras adquirirlos de diversas maneras, incluyendo el robo, los indios los entrenaban para que tuviesen mucha resistencia. En palabras de Lucio V. Mansilla perseguirlos cuando llevaban algunas horas de ventaja era tan inútil como "perseguir al viento".
Cuando no tenían más opción que enfrentarse con el Ejército, utilizaban diversas astucias. Una de estas fue la táctica del alambre y los caballos, unían a dos o más caballos con alambres y les ataban a la cola objetos que hicieran ruido. De este modo los animales galopaban sin control y el alambre (inadvertido por nuestros soldados) degollaba a su paso.
Hacia 1870 con la llegada de armas como la Remington se terminó esta disparidad -aunque los indios consiguieron armas y se entrenaron como francotiradores-, el Estado argentino logró la superioridad que necesitaba para dar paz a su frontera y terminar con la muerte de miles de ciudadanos.
Ahora bien, toda esta idealización de los pueblos indígenas como seres "infantiles" e "incapaces de hacer frente a otros", es un prejuicio decadente que no los dignifica y tiene su origen en el concepto erróneo al que Rousseau definió como "el buen salvaje", considerando que somos más puros mientras más alejados estamos de la sociedad occidental y sus reglas.