No encuentran el arma que la Policía le secuestró a Juan Bautista Bairoletto
Bairoletto es el bandido más famoso de Mendoza, aunque los pampeanos prefieran apropiarse de su historia y la verdad indique que nació en Santa Fe. La robaron.
El arma que utilizó en sus andanzas el "bandido rural" Juan Bautista Bairoletto (también llamado Vairoletto) desapareció del lugar de guarda, el Museo Histórico Policial de Mendoza. Junto a ella, están buscando al menos otras cuatro que estaban en la anterior sede que se ubicaba en el antiguo edificio de la Comisaría Séptima, frente a la Plaza de Godoy Cruz, y que no fueron halladas cuando se realizó el recuento de objetos tras su traslado a la nueva sede, en calle Mitre de Ciudad, entre Montevideo y San Lorenzo.
Leyendas sobre los "Robin Hood" criollos: Vairoleto, bandido y santo popular
De acuerdo a la reconstrucción del caso que pudo hacer Memo, la situación generó un sumario administrativo a todo el personal encargado de la custodia de estos bienes.
Se trata de una Colt.45. Los historiadores refieren que, además de esa arma, Bairoletto utilizaba un revólver Smith & Wesson calibre 38 y un Winchester con caño recortado que llevaba en la montura de su caballo.
Sin embargo el nivel de preocupación no radica solamente en que puedan ser utilizadas en el mercado negro o en el delito, sino en el valor histórico que posee la del popular bandido que murió en 1941. Por ello, estiman que podría circular como un objeto de alto valor comercial precisamente por la historia que lo acompaña.
Bairoletto
Su historia llegó a ser incluía en su libro "Social Bandits" por el influyente historiador Eric Hobsbawn. Según relató el historiador Hugo Chumbita, el egipcio de nacionalidad británica es autor de una vasta obra dedicada a explicar la formación del mundo contemporáneo, escribió en 1959 un texto fascinante sobre el bandolero social, ampliado luego en su ensayo Bandits (1969). "Fundó así una nueva rama de estudios que desató fuertes controversias. La última edición revisada del libro Bandidos, que ya circula en la traducción española (editorial Crítica), es singularmente interesante porque se hace cargo de varias críticas y actualiza sus ideas, ampliando incluso sus referencias históricas a la Argentina".
El hallazgo precursor de Hobsbawm fue mostrar la universalidad del mito de Robin Hood: el salteador rural empujado fuera de la ley por la injusticia y erigido en héroe de los pobres se reproducía con asombrosa uniformidad en las culturas campesinas de cualquier época y latitud. Partiendo de la saga de los "buenos bandidos" del Mediterráneo, Hobsbawm registra personajes similares en toda Europa, China, Africa y, por supuesto, las dos Américas. Su teoría distingue como subtipo al "vengador", cuyo rasgo más saliente no es tanto ayudar a los campesinos sino golpear a sus opresores, lo cual brinda a los oprimidos una gratificación psicológica; caracteriza bandas de jinetes como los haiduks húngaros, que formaron rudimentarias guerrillas de liberación nacional (un equivalente podrían ser nuestras montoneras); y trata como una derivación el "cuasi-bandidismo" ideologizado de los anarquistas expropiadores.
Para Hobsbawm, tales figuras expresan una forma primitiva o prepolítica de protesta, propia de comunidades agrarias arcaicas, cuyo equilibrio se rompe por la penetración del capitalismo; y los bandoleros estarían condenados a extinguirse en la medida en que se afirma el Estado y surgen los sindicatos y partidos modernos.
Leyendas sobre los "Robin Hood" criollos: Bairoletto, bandido y santo popular Por Gustavo Capone
"Leyendas argentinas". Surgirán cientos de porqué y unos cuantos: así somos. Lo cierto, es que ya existe mucho escrito sobre el tema y que la veneración por "los bandidos rurales" (nos guste o no) es una costumbre muy arraigada entre nosotros.
Prototipo de la "argentinidad al palo", el panteón mítico de ídolos y "santos" criollos al margen de la ley es inmenso. Bairoletto como un emblema, pero también: Segundo David Peralta ("Mate Cosido"), Felipe Pascual Pacheco ("El Tigre de Quequén"), José Font, ("Facón Grande"), Antonio "Curuzú" Gil ("El Gauchito Gil"), Olegario Álvarez ("El Gaucho Lega"), Isidro y Claudio Velázquez junto a Vicente Gauna ("Los vengadores chaqueños") o nuestro mendocino adoptivo "Gaucho Cubillos", a quien el gobernador Moyano puso precio a su cabeza y en su lápida del cementerio capitalino puede leerse: "Mártir de los humanos, su alma milagrosa perdura haciendo el bien a los humildes".
Con característica comunes. Rebeldes contra el poder de turno; siempre en aventuras amorosas que involucraba a una mujer comprometida con algún poderoso; con una increíble habilidad para fugarse o zafar; muriendo jóvenes. Contando además con adhesión popular, lo que muchas veces los convirtió más en personajes de novela, que en personas que corrían al margen de la ley. Recostados en un perfil romántico, "idealizados", cuya veneración se sustentó en la justificación de que lucharon contra el poder. Su santificación popular, con miles de lugares para su culto, es fruto también de su raíz humilde y contracultural; de su desarraigo, donde la viveza criolla gambeteó al que siempre mandaba. Pero toda regla tiene excepciones: Diógenes Recuero, "el ánima parada". Millonario, integrante del jet - set, cosmopolita, "playboy", político e intendente de Rivadavia, que murió sospechosamente y al tiempo su cuerpo apareció erguido. Nadie de su familia reclamó, ni investigó nada. Sí, el pueblo hizo lo suyo: lo convirtió en "santo".
Bairoletto, "hijo de su tiempo", al que nadie mató
Santo para algunos. Delincuente para otros. En el fondo: "(...) bandido que podía contar con la solidaridad de los paisanos y a quien los pobres del campo solían ver como un vengador de las humillaciones que les infligía la autoridad". (Hugo Chumbita. "Jinetes rebeldes"; Vergara - 2000).
Su suicidio dio paso a la inmortalidad. Ahí nació la leyenda. Fue hace 80 años (14 de setiembre de 1941), tras una balacera con la policía. Ante los ojos de su compañera, Telma Ceballos; en su rancho de Carmensa (San Pedro del Atuel) de General Alvear y con el llanto de sus hijas como cruel música de fondo. Para tomar, más ribetes novelescos: había sido traicionado por su amigo Vicente "El Ñato" Gascón, quien "lo vendió" a la policía por unas monedas y la promesa de librarlo de una sentencia que le pesaba.
"Pero a Juan nadie lo mató. Él se suicidó. Yo me levanté de la cama tras de él, protegiendo a las chicas. Veo que se pega el tiro y empieza a caer para atrás, se apoya en la pared y cae al piso. Luego, entró la policía y le tiraron ya muerto en el piso. Pero a él nadie lo mató". Es el testimonio de Telma Ceballos.
"Hijo de su tiempo"; así lo define su nieto, Fabio Erreguerena, también sociólogo y Doctor en Ciencias Sociales (UNC), y agrega: "Ese tipo de gente vivía en la más absoluta indefensión. Era la época del caballo del comisario: no había justicia, la policía era absolutamente discrecional, el Estado no llegaba, no había leyes que los protegieran". (Extraído de nota de Milton del Moral, Infobae).
"La Dorita es mía". El comienzo de la clandestina "banda en fuga"
El relato de Milton del Moral es una postal de aquel Bairoletto, veinte años antes de su muerte. "Enamora y se enamora de ?la' Dora, una prostituta de los burdeles a los que acudía cuando no mezcla sus ideas en los comités y sus monedas en las casas de juego. Novios, amantes o lo que sea. No esconden sus impulsos. Los hacen públicos. Hay en Castex (La Pampa) un cabo de policía que también prefiere a Dora: Elías "el turco" Farach. La impotencia lo ciega, lo enferma. El hostigamiento es atroz, inescrupuloso. Lo cuenta mejor Gieco: "Se enamoró de la mujer que pretendía un policía / lo golpeó, lo puso preso un tal Farach Elías / ?Andate de Castex (le dijo). Aquí tenemos leyes' / Corría el año 1919". ("Bandidos rurales". EMI. Álbum musical. 2001). El cabo lo intimó a que deje de ver a la bailarina. Él lo ignora. La ira es tal que el policía decide encerrarlo en un calabozo. Lo desnuda, le pega con un rebenque, lo tortura. Hay quienes dicen que convoca a Dora para que presenciara el ultraje. Lo intima a que abandone el pueblo si es que quiere seguir vivo. El gaucho se va. Sus heridas se curan. Su orgullo no".
El desenlace inmediato es predecible. Bairoletto volvió y mató de varios balazos a "el turco" Farach en el centro neurálgico de la concentración popular, la pulpería del pueblo. Lo vieron todos. El camino ya no tendrá retorno, Bairoletto (o también José Ortega, Francisco Bravo, Marcelino Sánchez o Martín Miranda, como se hacía llamar en su vida de fugitivo) pasará a ser el prófugo más buscado de la policía.
Murió su padre. "Ya caerá el sotreta"
Cientos de historias cubrirán al personaje. Creer o reventar. "El Santo Bairoletto" o "San Bautista Bairoletto". El que regalaba caballos a los niños para que no vayan caminando kilómetros a las escuelas. El que recuperó tambos y chacras para los campesinos ante el asedio de los terratenientes y regalaba gallinas al gauchaje. El que hizo valer su influencia "ante el doctor" (contradictoriamente fue circunstancial guardaespaldas de políticos en los últimos años de su vida) para que liberarán presos. El que robó almacenes y distribuyó mercadería entre los pobres.
Pero hay un hecho que agigantó la idolatría popular. Había muerto su padre, Vittorio, y la policía organizó un operativo suponiendo que él vendría a su velorio. La ceremonia se prolongó y Bairoletto no aparecía. "Es un cobarde y sin dignidad"; gritó un policía entre los parientes del finado. Nadie respondió. Solo rezos, lágrimas y sollozos. Una mujer con un niño en brazos y otra criatura abrazado a su cintura llora por horas sobre el cajón de Don Vittorio. Mientras el cortejo parte al cementerio, la mujer desapareció. Dos balazos al aire despidieron al muerto desde la otra esquina. Era Bairoletto, quien desde un caballo y revoleando el vestido de mujer, les enrostraba como los había engañado.
General Alvear. El tiempo del sosiego, y del sosiego que no fue
Después de años de vivir en tolderías indias, entre montes o "de prestado en un chiquero", hará una pausa. Quiso empezar de nuevo. Ya era un cuarentón y estaba cansado de ser un clandestino. Eligió el amor de Telma, y a Carmensa como su terruño. En esos "pagos" de Alvear se hará llamar Francisco Bravo, como que cambiar de nombre implicaría cambiar de vida.
Pero otra vez la historia es implacable y el pasado volvió por sus fueros. A la novela de su vida le faltaba escribir una página más: la traición del "Nato" Gascón. Una nueva emboscada y la muerte asechando su destino. Y llegó la muerte y se cumplió el destino.
Fue uno de los últimos "gauchos alzados. Una especie de "santo protector" y la creencia lo convirtió en justo vengador.
Fue velado en el comité Demócrata de Alvear y está enterrado en el cementerio municipal. Su tumba sigue recibiendo cientos de visitas. Historiadores, turistas y curiosos, pero también muchos devotos de su santa religión pagana.
"Pero a él nadie lo mató"; sostuvo Telma. Como que no murió todavía. Parecía que ella lo seguía esperando, mientras el imaginario popular lo siguió venerando. Libros, películas, tesis académicas, cortometrajes, santuarios, velas, estampitas, monumentos, canciones, poesías, lo inmortalizarán y le darán cuerpo a la leyenda.
"Bandidos"
Eric Hobsbawm (Alejandría, 1917 - Londres, 2012, historiador), autor de "Bandidos" (1969), sostuvo que el "bandolerismo social" es una de las formas más primitivas de protesta social organizada y situó este fenómeno universalmente en ámbitos rurales, cuando el oprimido no ha alcanzado conciencia política ("estado pre -político", textualmente sostiene), ni ha adquirido métodos más eficaces de agitación social para enfrentar al Estado y a sus agentes, desde sociedades en los que los lazos de solidaridad se sujetan en el parentesco, la territorialidad y "la idealización". Pero también dice Hobsbawm: "para convertirse en defensores eficaces de su pueblo, los bandoleros tendrían que dejar de serlo".
Eso fue Bairoletto. Símbolo de una gesta romántica y contradictoria (trabajó por un tiempo como "matón de los gansos"). Exagerada, si se quiere, desde una perspectiva popular y reflejo de la rebeldía tradicional del gaucho. Una vez más, el héroe y el villano, conviven en la consideración social. Pero indudablemente como dijo Telma: "A él nadie lo mató". Sigue vivo y seguirá viviendo convertido en leyenda.