Ya se palpita la telarca

Eduardo Da Viá despliega aquí sus amplios conocimientos habituales en el comportamiento del cuerpo humano, como médico experimentado que es, pero le agrega una analogía en la naturaleza y en especial, en la flora. Un texto que representa una bocanada de oxígeno, fuera de la discusión diaria por las crisis cíclicas que nos regala la política.

Eduardo Da Viá

Telarca significa el comienzo del desarrollo mamario y proviene del griego thele= pezón de la teta o mama y arkhe= principio.

Común a ambos sexos, pues tanto el varón como la mujer estamos provistos de glándula mamaria, es más notoria en esta última y toda mujer sana habrá de experimentarla entre los 8 y los 12 años de edad.

La carga hormonal es mayor en la mujer de ahí que en ella sea más evidente, por otra parte luego se continúa con el crecimiento del resto de la glándula hasta alcanzar el máximo tamaño alrededor de los 15 a 18 años; en tanto que en el varón, aparte de no ser constante, la telarca no está seguida de la hipertrofia de la mama.

Junto con la pubarca, palabra que se refiere a la aparición del primer vello pubiano y la axilarca su equivalente en la región de la axila, constituyen los marcadores de la pubertad, palabra que a su vez significa pubis con vello, y precede a la adolescencia o sea al período de crecimiento y desarrollo.

Por último mencionaré que con la palabra menarca se alude a la primera menstruación.

La niña está hora en condiciones físicas de concebir un nuevo ser, lo que normalmente se logra mediante un acto sexual con un varón.

Debo destacar un hecho por demás conocido, y es que la madurez sexual no va acompañada lamentablemente siempre, de la madurez mental para administrarla responsablemente, con los consiguientes embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual etc.

Cuando se llega a la pubertad, se entra en lo que yo considero la primavera de la vida, aun cuando no coincida con la primavera estacional dado que es la edad del renacer, de tomar conciencia de uno mismo y del abanico de posibilidades que la vida brinda.

Existen en el mundo etnias o religiones que le dan suma importancia a ese período de la vida, como el famoso Bar Mitzvah `para los varones y el Bat Mitzvah para las mujeres judías.

En realidad un rito de paso de la niñez a la adultez con la consiguiente asunción de la responsabilidad civil y personal que implica.

Pero volvamos a la telarca y perdonen la digresión pero estimo necesario aclarar los conceptos previos sin los cuales la palabra en sí carece de significado.

Y aquí va mi pregunta y también mi propuesta; me pregunto si solo los humanos y los mamíferos en general pasamos por este período, vale decir que es privativo del reino animal y solo de los animales que tienen mamas destinadas a alimentar a sus crías.

Yo creo que no, que el mismo fenómeno se da en el reino vegetal, y es patrimonio característico de las plantas con flores, es decir las fanerógamas, o sea aquellas que tienen el conjunto de los órganos de la reproducción visible en forma de flor, en la que se efectúa la fecundación, como consecuencia de la cual se desarrollan las semillas, que contienen los embriones de las nuevas plantas.

Y aquí viene mi propuesta: las flores, antes de mostrarse en la plenitud de sus formas, sus colores, sus perfumes, pasan por lo que yo propongo llamar período telárquico, a similitud de las mamas, y que consiste en el momento de inicio a partir del tallo que habrá de sostenerla, cuando recién asoma tímida e irresoluta bajo la forma de gema o botón

De la misma manera que son las hormonas, estradiol y prolactina, las que provocan la telarca humana y animal, en las plantas también los son, así, la citocinina y las auxinas son importantes para la continuación del desarrollo y el crecimiento de los cogollos, mientras el ácido abscísico y el etileno lo son para la maduración.

Las giberelinas son hormonas que estimulan el crecimiento principalmente vía división y alargamiento celular, siendo protagónicas en este último y regulan al proceso de germinación.

Pero si bien las flores se llevan el palmarés por su belleza y su perfume, también el nacimiento del humilde peciolo, que se desprende del tallo para finalmente sostener la hoja que habrá de desarrollarse en su extremo distal; decía, el simple peciolo se inicia como una diminuta protuberancia similar a una telarca.

Telarcas de malvón (foto de Eduardo Da Viá).

En Mendoza ya se palpita la primavera, aun cuando resten dos meses calendario, pero esas son divisiones humanas del tiempo en base a fenómenos naturales que solo los humanos marcamos.

La vida tanto animal como vegetal del planeta se guía por otros parámetros, muchos de los cuales conocemos y otros ignoramos.

Este 24 de julio por ejemplo, hemos tenido un día primaveral con un aire diferente, una diafanidad del cielo acentuada por el celeste impoluto y un perfume mezcla del verde nuevo que ya asoma por doquier y de infinidad de pequeñas telarcas que solo ellas saben si habrán de terminar en flores, en peciolos o en ramas secundarias.

Para colmo de bienes, cuando regué el jardín percibí un sutil aroma a petricor, ese perfume que se eleva de la tierra recién mojada por las lluvias de verano.

Sí, la primavera ya se incorporó al tren de la vida y tarde o temprano se hará notar con todo su esplendor, pero no perdamos este introito precoz, casi seguramente fugaz, pero que goza de la virtud de alegrarnos la vida y hacer que valga la pena despertar e ir a controlar el jardín o la humilde maceta balconera donde también vibra la vida a pesar del reducido espacio.

Todos hemos visto alguna vez una plantita emergiendo porfiada a través de una diminuta rajadura del pavimento, y previa telarca, sorprendernos con una florcita amarilla, por lo general asterácea o sea con forma de estrella. Su pequeñez y su deseo de vivir a pesar del entorno debieran ser ejemplo conductor para el comportamiento humano.

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