Cumbre de las Américas

A quién le copia conceptos Fernández para maquillar su zigzagueo político internacional

El presidente argentino, Alberto Fernández, usa palabras y líneas conceptuales que ya han sido probadas y que resultan neutras o "políticamente correctas". Su mensaje en la Cumbre de las Américas lo confirmó.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Cada una de las palabras del presidente Alberto Fernández ante la Cumbre de las Américas fue ajena. No fue la primera vez que así sucedió. Su discurso está articulado con pronunciamientos que ya ha realizado antes otro argentino. No, lejos de lo que se piense en modo cliché, no repitió eslóganes adjudicados a Juan Perón, como lo hacían antes los peronistas al respaldarse en su antiguo líder. Fernández repite conceptos que Jorge Bergoglio ha dicho ya como papa Francisco, no como arzobispo de Buenos Aires. En uno y otro rol el religioso tuvo discursos distintos.

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De hecho, hay ejes conceptuales completos que ni siquiera han surgido de la producción intelectual del pontífice, que es sencilla pero fructífera. Tienen su origen en los guiones que escribe un tercer argentino, también vinculado a la idiosincracia de alguno de los muchos peronismos: Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de las Pontificias Academias de Ciencias y de Ciencias Sociales del Vaticano.

Sánchez Sorondo es quien sumó a su equipo a Gustavo Béliz y Martín Guzmán. Bergoglio hizo lo propio con Juan Grabois. Los mensajes de Fernández, aquí, allá, donde vaya, se parecen más a la matriz discursiva del jefe de la Casina Pio IV. De allí surgieron muchas iniciativas de vinculación con la temática imperante en el mundo actual, como un atajo para no quedarse en los bordes de la historia: ambientalismo y derechos sociales, centralmente, algo con lo que detiene la sangría de acólitos en los países centrales y europeos, centralmente.

Cuando escuchamos a Fernández hablar de "derribar muros", "construir puentes", "casa común" parece oírse de fondo a su ventrílocuo, Sánchez Sorondo, el hombre de la Iglesia con contactos con los Premios Nobel católicos del mundo y que en Argentina se enlaza con un sector radicalmente opuesto: la CGT, Hugo Moyano, la ONG La Alameda y un grupo de jueces que le responden entre los cuales se encuentran Eugenio Zaffaroni, Ana María Figueroa, Carlos Balbín, Roberto Gallardo y hasta los más poderosos Ricardo Lorenzetti y María Romilda Servini.

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Fernández ya usa esa línea discursiva desde tiempos en que pocos lo imaginaban sentado en el Sillón de Rivadavia, hacia donde lo impulsó Cristina Kirchner hace dos años y medio, y los argentinos lo votaron mayoritariamente.

Fue el eje de acción del "papismo peronista" del Grupo Callao, con referentes como Felipe Solá y el mendocino Guillermo Elizalde, quienes se montaron en su momento para hacer política en la Encíclica Laudato Sí, sobre el ambiente.

Sumó luego a más gente de la Iglesia a su gestión, como Julián Domínguez y Gustavo Béliz. Y a este último hay que hay que mirar cuando se escucha a Fernández repetir una y otra vez la misma retórica.

Son palabras ya probadas en escenarios internacionales nada menos que por el Vaticano que, como el Diablo, sabe por ser tal, pero más que nada por viejo.

Fernández no improvisa ni arriesga: puede que se haya dado cuenta de que no tiene el signority necesario para conmover, contener, convocar o marcar un hito. Repite. Y con eso va zafando, sin hundirse más, en medio del zigzagueo de posiciones que representa, también en política internacional, el gobierno que integra y del que es una de las piezas destacadas.

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