Historia

Indias, negros y San Martín: con la Patria a flor de piel

Casi 2.500 "negros, pardos y morenos" integraron, solamente, el Ejército Libertador de 5.000 personas que pasó a Chile, sin contar ninguna otra campaña por las guerras de la emancipación, los conflictos internos entre unitarios y federales o los enfrentamientos con países vecinos.

Alcedo, Batallo, Barcala, Cabral, Chapanay, Cumbay, Del Valle, Falucho, Haedo, Inalican, Ledesma Ángel, Ledesma Carmen, Magdalena, Meneses, Moslera, "Músico Oviedo", "Niñas de Ayohuma", Padilla, Pestana, "Talcahuano Banda", Tejada, Tenorio, Ventura, "Zambo Peluco", Zapata.

La lista alfabética de "pardos, indios y morenos" continuaría, pero se haría exageradamente larga. Imaginemos que casi 2.500 de ellos integraron, solamente, el Ejército Libertador de 5.000 personas que pasó a Chile, sin contar ninguna otra campaña por las guerras de la emancipación, los conflictos internos entre unitarios y federales o los enfrentamientos con países vecinos.

"¡Ay; mis negros!"; repetía y repetía San Martín, mientras caminaba desconsolado recorriendo el campo de batalla en Chacabuco, observando el panorama de los muchos cadáveres de quienes habían pertenecido al Batallón Nº8 de los libertos de Cuyo. Sus cuerpos yacían en la tierra. Fueron la "carne de cañón" en la guerra por la independencia. Basta recordar que, de aquellos casi 2.500 negros, pardos, zambos, libertos, mulatos, indios, morenos, solo regresarían a Mendoza tras el final de la gesta: 143.

"Los oscuros", entre el mito y la Historia

La patria estaba en tensión. Había que dejarse de "macanear" y actuar. Será uno de esos tantos momentos cuando sin pedir permiso alguien irrumpe en la escena empujado por una circunstancia llena de matices propios: el patriotismo, el coraje, la búsqueda de una salida liberadora o la obligación.

Ya está. Luego vendrá el debate. Están ahí: son "los pardos, indios y morenos". Los olvidados de casi siempre. Desde Inalican a Barcala. Desde María Remedios del Valle a Josefa Tenorio. Van al frente. Son soldados del pabellón nacional.

Son los "negros" con la patria a flor de piel. Primero los rescató la leyenda; luego se convertirán en novelas y canciones. Algunos tendrán un monumento; otros la anónima omisión. Llegarán a las escuelas como mitos coloridos en medio del grito de un pregón. Un acto escolar los pondrá nuevamente en batalla. Una glosa los hará heroicos, batiéndose una vez más, a sangre y fuego, entre la vida y la muerte.

Son "los pardos, indios y morenos" a quienes, tras el largo camino del olvido, la Historia los estaba esperando para derribar los muros de la desmemoria y encontrar lo que siempre estuvo ahí.

El Coronel Barcala

Ningún "negro" llegó a ocupar un rango militar tan jerarquizado como él. Ese fue el orgulloso coronel Lorenzo Barcala.

Mendocino; nacido el 23 de diciembre de 1795 y criado en la casa del escribano español Cristóbal Barcala y Sánchez (escribano del Cabildo de Mendoza), tomando como era costumbre el apellido de su supuesto "amo y señor".

Se había incorporado al ejército libertador durante 1815 en el Regimiento de "Cívicos Pardos". Dicen que a San Martín le gustaba jugar al ajedrez contra Barcala porque "el negro era impetuoso, con juego provocador, y estaba muy lejos del chupamedia que se dejaba ganar".

Ya en 1820 era sargento. Pasará a ser alférez nombrado por el general Bruno Morón, algo impensado para alguien "de color".

Pero todavía habrá mucho más en la vida de Barcala: se destacó en los conflictos internos cuyanos durante los tiempos de la anarquía combatiendo contra José Miguel Carrera en 1821; apoyará al gobernador mendocino José Albino Gutiérrez, al quien luego intentará derrocar (1824); participará en la guerra contra Brasil (1826) y será tomado prisionero; quedará libre por un canje de presidiarios; tras su libertad, se convertirá en seguidor de Lavalle y Paz; se hará un acérrimo unitario; peleará en La Tablada (Córdoba - 1829) y en "la laguna larga" de Oncativo (1830).

Cuando creó el batallón de libertos "Cazadores de la Libertad" ya era coronel; estará en Rodeo de Chacón (Santa Rosa - 28 de marzo del 1831) enfrentando a Facundo Quiroga y Aldao; fue derrotado en La Ciudadela (Tucumán - diciembre de 1831) y será apresado por Quiroga.

Desafiante. Ni preso se callaba. Era admirado por los suyos y por los enemigos. Sarmiento lo inmortalizó en "Facundo" escribiendo: "Barcala, el liberto consagrado a mostrar a los artesanos el buen camino, y a hacerlos amar una revolución que no distinguía ni color ni clase para condecorar el mérito" y en "Fray Félix Aldao, gobernador de Mendoza" (1845): "nunca olvidó su color y origen; era un hombre eminentemente civilizado en sus maneras, gustos e ideas, y en Haití hubiera podido figurar al lado de Petion y de sus hombres más notables".

Pero también el mismo Quiroga lo veneraba. "He fusilado a sus camaradas, pero a usted lo he perdonado e indultado"; le habría dicho Facundo, quien redoblando la apuesta le preguntó al negro mendocino: "¿Qué hubiera hecho usted, si me hubiera tomado preso?". "Lo hubiera fusilado Quiroga"; respondió tajante Barcala.

Ese era Barcala. El que participó también en la campaña al desierto con Ruíz Huidobro en 1833 contra los ranqueles. El que nunca se quedó quieto.

Jamás resueltos "los entuertos" con el fray Aldao, intentará conspirar en Mendoza. Fue descubierto y encarcelado por enésima vez. "Ya son muchas vidas para un gato"; de esa no pudo escapar. Morirá fusilado en la Plaza Mayor de Mendoza el 1 de agosto de 1835, a unas cuadras de donde había sido esclavo.

María Remedios "La parda" Del Valle: "Madre de la Patria"

El general Gregorio Aráoz de Lamadrid no dudó: "Ella debe ser nombrada la madre de la Patria". Estaba hablando de "la parda" Del Valle. Esa mujer, que junto a sus dos hijos se subió a un carro y partió desde Buenos Aires al Alto Perú acompañando a su marido.

La Junta de mayo recién se había instalado. Los realistas amenazaban desde el norte. Y hacía allá arrancó el ejército. Peleó en la quebrada de Yuraicoragua, muy cerquita de La Paz (Bolivia), siendo protagonista en la derrota de Huaqui (20 de junio de 1811). Acompañó a Belgrano en las luchas de Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma.

Es precisamente en Ayohuma cuando junto a un grupo de mujeres, "la parda" hizo de todo: curó heridos, rescató a los caballos dispersos, se defendió a tiro de fusil, peleó cuerpo a cuerpo. ¿Qué más podía perder? En batalla vio caer muerto a su marido y a sus dos hijos. Fue apresada. Violada. Torturada por nueve días. Había recibido seis balazos. Pero logró escapar. Y siguió peleando.

La historia recuerda a esas mujeres lideradas por "la parda" como "las niñas de Ayohuma". Mujeres, madres y esposas, cuyo promedio de edad oscilaba los 12 años.

El tiempo pasó. La ingratitud no. Un buen día Juan José Viamonte la reconoció en la puerta de una iglesia pidiendo limosnas como una pordiosera.

"Es la capitana, la Madre de la Patria"; había podido reconocerla. "El diputado empezó las gestiones para que se hiciera justicia con María. Finalmente, en 1828, la Sala de Representantes le concedió el sueldo de capitán de Infantería. Cobraría 30 pesos al mes, un salario miserable teniendo en cuenta que un kilo de yerba costaba aproximadamente en ese tiempo 70 centavos".

Ella murió un 8 de noviembre de 1847. Su recuerdo no debería morir jamás.

Josefa Tenorio, granadero de San Martín. "La Abandera"

Era la esclava de Gregoria Aguilar. Ante la posibilidad de luchar por la independencia americana, pero también por "su independencia", se hizo soldado.

Acompañó toda la gesta sanmartiniana. Fue de aquellos que se bajaron de las mulas tras pasar Los Andes y se subieron a los barcos para surcar el océano que llevaba al Perú.

Con el mismo coraje y convencimiento que empuñaba un arma, le escribió a San Martín: "Señor: Josefa Tenorio, esclava de doña Gregoria Aguilar, ante Vuestra Soberanía con el más profundo respeto digo: que tengo prestados mis servicios personales a la madre Patria con el valor de que no todos los hombres son capaces, así es que apenas rugió el rumor de que el enemigo común volvía en septiembre del año pasado a querer esclavizar a los habitantes de esta capital de los libres, cuando me visto de hombre y corro presurosa a recibir órdenes, y tomar un fusil, en efecto, se me alista en Palacio, con sable y pistola, y con los nombrados voluntarios para consultar el fuerte, patrulleo, ronda y no me excuso a la fatiga. Luego salgo a campaña en mi propio caballo y el señor General en Jefe Gregorio Las Heras me confía una bandera para que la sostenga y defienda con honor, agregándome en el punto de Manzanilla al cuerpo que mandaba el señor Teniente General Don Toribio Dávalos, a las órdenes de ese acreditado jefe sufro el rigor de la campaña y concurro con acreditado desempeño al sitio de los Castillos del Callao y sus fuertes tiroteos, y a las acciones tan reñidas que dimos en San Borja, Chacra Alta, Copacabana y Puruchuca (Perú - 1820 /21). Mi sexo no ha sido impedimento para ser útil a la patria, y si en un varón es toda recomendación de valor, en una mujer es extraordinario tenerlo. Suplico a Vuestra Soberanía que examine lo que presento y juro. Y se sirva declarar mi libertad que es lo único que apetezco".

La respuesta de San Martín no se hizo esperar: "Téngase presente a la suplicante, en el primer sorteo que se haga por la libertad de los esclavos. Nadie se ocupó nunca de ella, quizás por el hecho de haber sido una negra esclava. Pero su heroísmo, merece y obliga al rescate de su nombre y su hazaña, como también del humilde premio solicitando su propia liberación como ser humano, porque esto es parte de la historia".

Juan Isidro Zapata, "el doctor"

No está claro si era chileno o peruano. Pero sí con Zapata estaban claritas dos cosas:

1) Era un negro que ejercía la medicina en forma empírica. Sabía curar quebraduras de huesos (como domador de caballos se había pegado mil porrazos, y había aprendido a entablillarse solo), ejercía la homeopatía, era curandero y nunca dudaba cuando había que hacer de veterinario. No era mucho. Pero era lo que había.

2) Va en consonancia con este último punto. Los médicos de Mendoza cuando llegó San Martín, no eran demasiados, pero eran todos españoles y de evidente filiación realista. Algunos se fueron y los que se quedaron, se negaron a cooperar con la causa emancipadora. Ahí apareció Zapata, el único que era probadamente fiel.

Estuvo a cargo del hospital militar de Mendoza hasta la llegada de Paroissien y cruzó Los Andes como segundo médico del ejército. Participó en toda la campaña chilena. Trabajó a destajo en Chacabuco, Maipú y Cancha Rayada, pero además era el único que atendía y sabía todos los muchos males que padecía San Martín: asma, basilosis, reuma, úlcera, gastritis, hemorroides, estreñimiento e insomnio. No era poco el mérito conseguido por Zapata; San Martín le tenía fe.

Hay historias como para escribir un libro

Hay mil historias de esta apasionante Historia. "Ay, mis negros", repetía y repetía San Martín. "Los pardos, indios y morenos", vidas plagadas de hazañas y conmovedores relatos.

Queda mucha tela para cortar todavía. Como la tela que tiñó, según la leyenda, la pehuenche (de nombre criollo) Magdalena en el batán de La Alameda. Aunque la prueba de la tintura también haya pasado por otra criada, Juana Mayorga, y definitivamente haya terminado tiñendo los uniformes Francisco Javier Correas.

Pero además sería importante "bucear" sobre las historias de aquellos 16 músicos negros, "donados" como contribución por el hacendado mendocino Rafael Vargas, formando la "Banda Talcahuano", que al son de sus acordes acompañó las huestes libertadoras.

Hay historias que emocionan tanto, que al menos tengo que dejar un título para alguna nota próxima. Por ejemplo; alguien que sí está vivo en el imaginario popular es Antonio Ruíz, "el negro Falucho", aunque pocos recordarán la forma que murió peleando en El Callao (Perú) durante la sublevación en la Fortaleza del Real Felipe (1824).

O la historia de la lasherina Pascuala Meneses que siendo jovencita se atavió de muchachito, se enroló con el nombre de Pascual y se "coló" arriba de una mula para pelear en Los Andes. También el insólito e increíble caso de la afrodescendiente María Haedo, criada de una rancia familia porteña, que vivió 127 años. Fumaba habanos y tomaba aguardiente hasta un tiempito antes de morir. Su marido fue "el pardo" Acosta, tan patriota y tan olvidado como María.

La otra cara serán los negritos Miguel Pestana de 10 años y Antonio Moslera de solo 8, que integraban el Batallón de Cazadores, inscriptos como "tambores" pero que a la hora de las balas tuvieron que actuar como un soldado raso más. Murieron acribillados.

Conmovedora es la vida de Carmen Ledesma, cariñosamente para la tropa: "Mamá", quien enterró 15 morenos hijos de los 16 que tuvo. Todos muertos en torno a la gesta independentista. Le quedó solo Angelito, que se hará famoso por amaestrar un perro llamado "Soldado" con quien vivió cientos de proezas.

Dicen que hay historias recurrentes. Será la del hijo de Barcala (recién escribimos sobre el coronel), Celestino, quien murió fusilado como el padre. Su madre Petrona Videla fue a buscar su cadáver hasta Pozo de Vargas, aquella tierra riojana que inmortalizó una zamba, para darle una cristiana sepultura.

Como habitual digresión en nuestras notas, reparando en Petrona Videla, vale detenerse un instante en una carta de Tomás Guido (1820) y pensar en ese rol de todas esas buenas y dolientes madres: "Valparaíso presenta hoy un espectáculo magnífico pero muy tocante: por una parte, se oyen aclamaciones de alegría por toda la tropa, y por otra se ven correr por la playa a las madres y esposas de los pobres soldados, bañadas en lágrimas, devorando con sus ojos las lanchas que conducen a sus hijos y esposos (muertos)".

En vísperas de un nuevo 25 de mayo

La ilustración de Mariano Ruszaj que usara Jornada para su serie de historia de San Martín.

Pensemos que nada de lo mucho conseguido por los reconocidos e ilustres hombres que escucharemos seguramente nombrar en emotivos discursos, podría haber sido posible (ni mínimamente) sin estos miles de héroes anónimos.

Indias, negras, pardas, esclavos, mulatos, zambos, que pelearon todos juntos como soldados bajo la única bandera que les devolvió la esperanza de ser libres: la bandera argentina. Porque pelear todos juntos por esa bandera celeste y blanca seguirá siendo siempre la mejor patriótica alternativa y (hoy como nunca) la última esperanza. 

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