Por qué la Argentina no va a tener su "Boric de la suerte"

El vecino país tiene al presidente más joven de su historia y no vino desde los bloques que gobernaron durante 30 años. No es casualidad, es lo que la sociedad trasandina buscó y exigió, es un cambio necesario que en la Argentina hoy no es posible lograr.

En las redes sociales, especialmente en Instagram, era común que durante la campaña en Chile todos los días se compartiera un "Boric de la suerte". Una imagen del presidente electo en alguna situación particular y que servía para motivar a los votantes. El resultado fue exitoso, porque el joven que cumplirá 36 años el 11 de febrero, ganó y genera una alta expectativa en el vecino país.

Boric es el resultado de un cambio muy grande en Chile, el cual se inició hace más de una década con las manifestaciones estudiantiles y que siguió con el estallido social de 2018. Todo eso, derivó en la decisión de los trasandinos de jubilar a la vieja política y apostar por nuevas ideas para dirigir el país.

Aunque para muchos era una radicalización, las señales que envía el nuevo mandatario (con el nombramiento de su gabinete y sus encuentros con distintos actores de la sociedad chilena), son de un jefe de Estado muy dialoguista que apunta a un gobierno de reformas, pero con responsabilidad y cuidando el bienestar del Estado.

Se trata de un mandatario que entusiasmó a muchos antes de la elección y que ahora llama la atención de los que no lo votaron. Gran parte de Chile está esperanzado en el gobierno que viene, pero también muy atentos a lo que resultará de la Asamblea Constituyente que trabaja en su nueva Constitución.

Con todo eso sobre la mesa, me preguntaba si la Argentina podría tener un "Boric de la suerte", es decir, dar un volantazado y salir de la dirección que durante 70 años está al frente del país y que lo mantiene a flote a duras penas entre crisis y crisis.

Después de pensarlo, lamentablemente la respuesta que encuentro es que el país no tiene un Boric o un Pérez o un González para cambiar el rumbo.

La clave para el triunfo del presidente electo de Chile fue no apegarse a los partidos tradicionales, no ponerse bajo su alero, porque sabía que iba a encontrar que sus ideas no podrían crecer y su figura iba a ser taponeada por los viejos estandartes.

Aunque en la Argentina hay jóvenes destacadísimos en distintos ámbitos, mantienen a los actores políticos lo más lejos posible. Es simple, porque para ellos sería casi como contaminarse. En el fondo hacen bien, porque en los partidos tradicionales se encontrarían con limitaciones y el tapón al crecimiento que alcanzan por fuera de la actividad política.

El trabajo de la política tradicional argentina logró espantar a los jóvenes y a las nuevas generaciones que realmente están dispuestas a trabajar por cambios reales. Hoy, lamento decirlo, las juventudes políticas no son una opción de cambio, porque están sometidas a sus líderes mayores y a un modelo que ya está desgastado y se ha probado que no mejoró nada.

Por ejemplo, aunque algunos lo miren mal por ser el marido de Pampita,  Roberto García Moritán no deja de tener razón cuando dice que alguien como Ofelia Fernández entró a la política y la seguirá como una carrera, porque no es la primera persona que lo hace. Este el caso, por ejemplo, de un potencial que se va a perder bajo el alero de un partido que ya no ofrece una alternativa real. Sus ideas siempre van a depender de la aprobación de su partido, el mismo que se esfuerza en mantener el status quo político para seguir asegurando sus espacios de poder. Si no es así, será desechada por el aparato partidario.

Ni siquiera la izquierda argentina puede ofrecer una alternativa, porque a partir de su crecimiento en los últimos años adoptó una forma de trabajo similar a los grandes bloques políticos. Además, no les interesa ser gobierno, están bien dónde están y por eso sus propuestas son demagógicas y propioas de un grupo que no tiene intención de ser una alternativa real que ofrezca gobernabilidad.

¿Los liberales? Con la conducción de Milei no se ve que puedan ser algo más en futuro, pero no se sabe hacia dónde puede evolucionar el movimiento y si puede surgir algún referente.

En resumen, la gran diferencia es que Chile después de su profunda crisis sí avanzó en un cambió y jubiló a los políticos que condujeron el país 30 años, los cuales -según las estadísticas- no fueron tan malos en materia económica y de reducción de la pobreza, pero que quedaron en deuda en materia de igualdad social de una clase media creciente.

Argentina, después de sus crisis, nunca avanzó en la búsqueda de alternativas y se sigue moviendo entre uno y otro lado de la grieta, en gran parte porque no hay alternativas. Entonces, difícil tener otro país cuando los que toman las decisiones son los mismos durante décadas. Se necesita aire fresco para poder respirar mejor, pero por ahora seguimos respirando un aire viciado.

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