Si no condena la falta de libertad, no le confíes nada

Tras un año y medio en que el mundo tuvo forzosamente, y en algunos justificadamente, resignar ciertas libertades, es importante valorar lo que significa en términos reales y despreciar cualquier intento de limitarla.

Desde la libertad es muy fácil hablar, tanto que permite incluso que algunas personas puedan defender la ausencia de la misma (libertad) en base a cuestiones ideológicas. No importante pensamientos, ideas, colores, partidos, religiones o nacionalidades. No existe nada que pueda justificar la quita de la libertad. Así de simple, así de corto y sin posibilidad de discusión.

La pandemia nos mostró lo que significa perder parte de nuestra libertad, de manera justificada por una cuestión sanitaria, a pesar que el abuso de algunas autoridades puso en duda la legitimidad de la medida, incluso ante una pandemia. La falta de libertad nos provocó más de un trastorno porque no estamos acostumbrados relegar la posibilidad de movernos o expresarnos sin que nadie nos lo prohíba. Sin embargo, estamos lejos de poder decir que sabemos lo que se siente que falte la libertad.

No será el mejor país del mundo y nuestra clase política deja mucho que desear, pero aún podemos decir que estamos en un país donde en la mayoría del territorio nos podemos expresar libremente (excepto en Formosa) y -a pesar del discurso de un sector de la grieta- estamos muy lejos de ser Venezuela.

Por eso, es aún más preocupante que una administración o un dirigente político de la Argentina no condene la falta de libertad que existe en algunos lugares del mundo. Cualquier régimen que intente coartar la libertad de las personas debe ser repudiado, sin importar su color político o su ideología. La libertad es algo propio del ser humano y nada puede estar por encima de ese derecho natural.

Un país que mete presos a dirigentes políticos porque piensan distinto no respeta la libertad y debe ser condenado sin importar qué tendencia tiene el mandatario de turno. Un dirigente político que modifica las bases constitucionales para perpetuarse en el poder es un dirigente que está coartando la libertad del pueblo para manifestar su voluntad a la hora de decidir quién debe conducir su destino.

La falta de libertad es tan mala y condenable ahora en Venezuela, en Nicaragua o en Cuba, como también lo era en las dictaduras de Argentina o Chile. Por eso, en mi caso me genera ruido que en mi país de origen un dirigente como Marco Enríquez Ominami (íntimo amigo de Alberto Fernández, con quien fundó el grupo de Puebla), cuyo padre fue asesinado en dictadura por un régimen totalitario, justifique otros regímenes que hoy no son libres porque están cercanos a su ideología. Y eso por señalar sólo un ejemplo.

Si la falta de libertad bajo un color político o una línea de pensamiento es mala, va a seguir siéndolo cuando el color o la línea sea otra, porque en el fondo ambas atacan el valor fundamental que mencionamos, la libertad.

Entonces, cualquier dirigente que no condene la evidente falta de libertad, no puede ser confiable para quienes supone representar, ya que podemos inferir que ante cualquier decisión fundamental que deba tomar, puede priorizar su ideología por encima del bien común.

Si no condenas la falta de libertad, no sos un dirigente confiable. Corto, simple y sin explicaciones.