Historia

El Tropero Sosa: camino se hace al andar

En tiempos de "mendocinos corajudos", el rol del "Tropero Sosa", tal como se le recuerda, en este repaso oportuno de la historia que hace Gustavo Capone, a casi 200 años de su muerte.

En tiempos de cortes de rutas, peajes, lógicos controles viales, infracciones de tránsito, semáforos que no funcionan, rotondas mal diseñadas, embotellamientos insoportables, estacionamientos en doble fila, autopistas en deteriorado estado, imprudencias irresponsables, "piquetes", bocinazos, fatalidades lamentables, es bueno repasar la historia de uno de los transportistas más famosos de nuestra historia: "el Tropero Sosa", quien honró las rutas de la Patria.

Releyendo las ilustrativas "Efemérides Mendocinas" de la Dra. Teresa Giamportone (2003 - Ed. FFYL), encuentro que Pedro Sosa, de oficio "tropero", falleció en Godoy Cruz durante junio de 1823. Hace casi 200 años. Qué buen pretexto para poner en valor parte de la vida de uno de los tantos héroes anónimos que honran nuestra historia.

Poniendo el hombro

"Dicen que tenía la tez trigueña, pero no de nacimiento, sino que el sol se la tiñó en sus infinitos viajes entre Mendoza y Buenos Aires. En ese camino, en el que hizo surcos de tanto andarlo, solo era acompañado por los yuyos que bailaban en los remolinos. Era uno de los comerciantes más populares de su época y a pesar de ser analfabeto, se las ingeniaba para hacer buenos negocios. Pero se hizo leyenda cuando decidió ponerle el hombro a la campaña libertadora del General San Martín".

Pedro Sosa, el tropero cuyano, una especie actual de transportista o "camionero", fue quien junto a su hermano Severino batió todos los récords de velocidad para cubrir en 45 días la distancia de 261 "leguas" entre Mendoza y el puerto de Buenos Aires. La medida española de "una legua" es de 4.828 metros, aunque en Argentina equivalía a algo más que "40 cuadras", precisamente 4.189 metros, y se denominaba entre los criollos: "legua de posta". Precisamente para llegar al centro porteño había que dejar atrás las 46 postas que unían Cuyo con el Atlántico. Y lo hizo en 45 días, lo que las caravanas de carretas hacían casi en el doble de tiempo.

Los Sosa realizaron el viaje solamente con dos "catangos". Los "catangos" eran aquellos carretones rectangulares de cuatro grandes ruedas de lapacho, cubiertas con juncos y cueros de potro, tirados por una o hasta tres "yuntas" de bueyes.

Había que moverse rápido en medio de tantas complicaciones. En la mentada travesía optaron por solo dos carretones, cuando la costumbre generalmente establecía la rutina de movilizarse en delegaciones de 30 carruajes con el fin de protegerse cooperativamente ante los factores climáticos, los malones indios, los robos de "bandoleros" (una especie de "piratas del asfalto" vigentes), las crecidas de los ríos, los grandes médanos, las escasez de agua potable, las manadas de pumas que atacaban por las noches, y tanto ayer como hoy, de los vaivenes del mercado para conseguir mejores precios.

El tropero Sosa tuvo una ventaja. Llevaba una "visa" especial, librada por San Martín con la anuencia del Directorio que lo libraba del pago de cualquier peaje interno y le garantizaba cierta seguridad en los parajes. Pero todos los consumos del viaje correrían por su cuenta con la promesa de ser reintegrados a su regreso.

Pedro Sosa fue un criollo "ducho" en las artes del acarreo. El oficio le permitió conocer pueblos y ciudades. Sus habituales viajes al puerto le enseñaron recovecos y atajos que ahorraban kilómetros y días. Perspicaz, astuto. Y aunque analfabeto, forjado en la facultad de la huella. Era "un tipo con calle". El viaje fue su maestra y las postas su gran escuela.

Los troperos y arrieros eran quienes también "acarreaban" las novedades y noticias de las grandes ciudades o aldeas. Esa era otra tarea de Sosa. El General San Martín, muy proclive a sumar información de todos lados, le pidió detalles y breves semblanzas de cómo iba encontrando el clima revolucionario entre los paisanos.

Pero este viaje para "el tropero" era distinto. La tarea habitual era trasladar vinos, aguardientes, granos, cueros, ropa de moda, algún ungüento milagroso, perfumes y botellas de licores importados. En esta oportunidad tendría "una misión de estado".

Debía ser cauto. Los españoles también tenían un sistema de espionaje montado en todo lo que había sido el viejo virreinato. Había que ser discreto pues una filtración o intercepción de su tarea retrasaría los estratégicos planes de San Martín.

Va de posta

Las "postas" cobrarán importancia, pues serán el paraje obligado de jinetes, arreos de ganado y caravanas de carruajes. En tales parajes también se nucleaba la información y "los informantes". Dichas postas se encontraban a una distancia aproximada entre 30 y 50 km. También eran la sede del cartero, ya con antecedentes de un "Real Correo Oficial" desde 1748. Naturalmente fueron el ámbito del encuentro. El espacio para la recreación de la cultura y para la transmisión de las ideas. Como nota saliente y "colorida" resaltaremos que en el mismo paraje estaba la "pulpería" (licorería y almacén).

Las pulperías se convirtieron rápidamente en el lugar de la concentración ciudadana y el eje sociopolítico y comercial del lugar. Eran el ámbito natural de las transacciones comerciales, trueques y reclutamiento de peones o soldados para completar "las milicias". En torno a sus mesas se difundirían las ideas políticas, historias fantasmagóricas, hazañas heroicas y milagros divinos. Las postas además constituyeron la cuna de trovadores, los juegos de naipes y de míticos duelos como respuesta al honor herido. La presencia femenina era escasa, aunque "calificada", siendo motivo sustancial de más de una rencilla. El tropero Sosa corría con ventajas. Era conocido por los años de oficio, y el mote de "forastero" casi no lo alcanzaba. Era uno más. Eso fue seguramente lo que hizo confiar en él a San Martín. Una vez más el General había encontrado la pieza clave.

Mendoza de los corajudos

"Yo puedo General; y lo haré en varias semanas menos que lo habitual". Habrá gritado Sosa. "Volveré por acá antes de la Navidad": Lo prometió por la patria, invocándose a la Virgen del Buen Viaje antes de salir a remontar el desierto.

Así fue. "San Martín necesitaba imprescindiblemente de las provisiones que Pueyrredón le había prometido para la campaña libertadora que debía iniciarse en enero de 1817. Y los tiempos se acortaban". Entonces mandó a llamar a todos los troperos y les pidió que necesitaba que alguno hiciera el viaje a Buenos Aires para traer cañones, herraduras, fusiles, sables, barriles de pólvora, herraduras y trajes de soldados, en la mitad del tiempo normal a cambio de doble paga".

"¡Yo puedo General!"; más fuerte lo habrá gritado. Y el tropero Sosa cumplió."A guascazos y reventando bueyes", tal como se lo expresó a San Martín a su regreso cuando éste lo recibió en el campamento establecido en Mendoza.

Finalizaba diciembre de 1816. Semanas antes que el Ejercito Libertador marchara a Chile. Ahí llegaban Pedro y su hermano. "Corajudos", nacidos en "la Mendoza inmortal cuyos hijos todo lo pueden. Mendoza donde todo se hace". Dirá una carta de un emocionado José de San Martín.

La actual réplica del carruaje de Sosa en El Plumerillo (Las Heras) conmemoran su hazaña. Aunque también tuvo su reconocimiento en vida, porque después de la batalla de Chacabuco, el Libertador lo distinguió con una medalla de plata como premio al mérito y por cumplir con la palabra empeñada.

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