El llanto del Piedemonte

El autor de esta nota, Eduardo Da Viá, cuenta qué es el Piedemonte y lamenta su falta de conservación de especies botánicas y su fauna.

Eduardo Da Viá

Lo conocí sin saberlo cuando de recién nacido mis padres me llevaban al Parque ubicado precisamente en el Piedemonte mendocino. Quizás ellos (mis padres) tampoco lo sabían porque casi nadie se inmiscuía en ese gigantesco trozo de patria que comprende las provincias de Mendoza, San Juan y el sector oeste de la provincia de La Rioja. A veces la zona es referida como la sierra de Uspallata.

No siempre fue como lo es ahora, en realidad no existía hace millones de años, cuando formaba parte de una muy extensa planicie que llegaba al Océano Pacífico.

Cuando se levantaron las Cordilleras por la tremenda presión ejercida mediante la subducción de la Placa de Nazca, entonces apareció lo que luego sería el Piedemonte habitado por su flora y su fauna, pero en esos primeros miles de años era una especie de talud yermo que descendía hacia oriente

Desde mi accidental conocimiento de niño y varias generaciones para atrás, era meramente "El Campo", donde vivían algunos puesteros criadores de ganado caprino, componente exótico, en medio de una rica fauna propia, que prosperaba en medio de la flora llana del desierto, bajita, resistente a los vientos y dique de los aluviones.

Si hubiera que dar un ejemplo viviente de cooperación ecológica, no dudaría en poner en primer término, dentro de lo que conozco, al piedemonte mendocino.

Cuando se lo camina, uno se sorprende de la cantidad y variedad de especies vegetales que alberga:

Árboles como

Algarrobo.

Alpataco

Caldén

Espinillo o aromo.

Aguaribay o pimiento.

Arbustos:

Piquillín.

Chañar.

Jarillas. Larrea divaricata, Larrea cunneifolia, Larrea nitida.

Leña amarilla...

Jarilla macho.

Retamo.

Pichanilla.

Molle.

En tanto que la fauna estaba constituida por:

- Presencia de zorros en muy baja población, como mamífero mayor.

- La liebre europea también se encontraba en el área.

Otras especies de animales superiores presentes son aves como la lechuza, roedores (cuis), lagartijas y culebras varias, comunes en toda la región además de arañas y alacranes.

Desde hace muchos meses no veo ni un ejemplar de la fauna mayor, sólo insectos. Ni un solo zorrito, pero sí los he visto en el Cerro de la Gloria, en el Parque Aborigen, y aquí me atengo al topónimo original; y hasta el jardín de mi casa y de algunos vecinos. Flacos, asustadizos, famélicos.

Bajan en búsqueda de la comida y el refugio que otrora les brindara el faldeo pedemontano. Se han visto involuntariamente incorporados a ese gran grupo de personas, por desgracia creciente, de los eufemísticamente llamados "en situación de calle", cuando en realidad son los derrotados por la miseria.

Muy de vez en cuando se observan halcones describiendo sus fatídicos círculos, señal evidente de comida viva o muerta allá abajo, pero lo más notable es que también han descendido a las zonas pobladas y hasta se los ve posados en los árboles urbanos.

Si se observa el Piedemonte correspondiente al oeste de Mendoza norte, es fácil comprobar que sólo resta una superficie predominantemente nativa, aunque hollada por el hombre, que describe un semicírculo con base en las primeras estribaciones precordilleranas, y la convexidad está dada por el contorno urbanizado y que se extiende desde el Cerro de la Gloria hasta el Cerro Arco.

Hay algunas elevaciones como la del cerro donde se yergue el Cristo del gran Chipo Céspedes, dentro de los límites del barrio Dalvian, en cuyo perímetro norte se encuentra otra pequeña elevación desde la cual se aprecia claramente el Santuario de Lourdes.

Desde esas elevaciones se puede apreciar lo dicho más arriba.

Caminarlo, para quien gusta del secano, es un placer inenarrable; la pureza del aire que se respira, la presencia de algunos pájaros volando, las humildes y muy variadas florecillas casi siempre amarillas, aunque las hay violetas, azulinas y hasta rojas como la muy escasa verbena. Y las espinas de todo tipo, desde las pequeñas y bífidas de las acacias, hasta las enormes del alpataco, pasando por las intermedias de los numerosos agaves. Las hay casi invisibles pero con la capacidad de atravesar fácilmente la ropa y hasta el calzado del descuidado explorador.

Y el silencio, majestuoso, ubicuo, extendido como un manto protector de los tesoros que alberga esa dura tierra pedemontana.

Pero el Piedemonte está herido, y de gravedad.

Ese semicírculo que describiera más arriba está surcado por senderos artificiales que se entrecruzan, trazados por el hombre, sea para acceder a zonas menos expuestas o lo que es peor para hacer un uso lúdico con estruendosas motos, cuadriciclos, camionetas 4x4, o bien un uso comercial no siempre legal, con retroexcavadoras horadando la superficie y arrebatando ripio o desviando cursos de agua con destinos a emprendimientos urbanos privados, realizados sin tener el menor respeto por el impacto ambiental que significan.

Hay cerros decapitados cuyas cúspides ya no son las originales, redondeadas por los vientos y la lluvia, sino una falsa meseta fabricada con enormes topadoras, muchas veces con destinos inciertos, por cuanto las hay desocupadas, o sólo con un amenazador mangrullo custodio ocupado por personal de seguridad de algunos de los emplazamientos urbanos.

El vigía está para alertar a los humanos del peligro de los humanos. Trágico.

Por momentos, durante la caminata, logro enajenarme del cerco antrópico e internalizar lo que resta del paisaje agreste cuasi original, aspirando sus efluvios resinosos procedentes de la dominante jarilla nortera, sus mil distintos tonos de verdes como diría Polo Giménez y la increíble paleta de los guijarros y alguna grandes rocas con sus curiosos veteados que aún se yerguen intactas como atalayas naturales sin armados guardianes atisbando probables peligros, que no los hay en ausencia del hombre; hubo riesgos en tiempos de pumas y gato montés, hoy desaparecidos.

Y el Silencio, ese bien ya tan escaso y paradojalmente cada vez más necesario y que aquí abunda y suele ser atronador, valga el oxímoron.

Pero por momentos, me pareciera que el Silencio se interrumpe por un muy sutil redoble nostálgico y hasta fúnebre, que me recuerda la Marcha Fúnebre de Chopin en su versión para piano y flauta, que aquí debe ser piano y pifilca porque era territorio Huarpe Milcayac, cuyos miembros inventaron esa flauta tan característica como simple. Y hasta puedo percibir como llantos esporádicos según como sople el viento.

Sí, estoy seguro, el Piedemonte llora sus heridas, sabedor de que su fin se aproxima, y su llanto lo acompañan los fantasmas de los musiqueros huarpes bajo la batuta de Hunuc Huar, el dios que adoraban y de cuya tierna historia nos ocuparemos algún día.

Por ahora y como final baste decir que huarpe, viene de Hunuc Huar más el sufijo" pe", hijo de. Vale decir que se consideraban hijos del Dios.

Sí, el Piedemonte llora su progresiva desaparición, de nuestro respeto y cuidado y de la preocupación gubernamental por preservarlo, depende la salvación de lo que resta.

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