Pablo Gómez

¿Redes sociales, o individuales?

Los valores positivos y los que no lo representan, del uso de las redes sociales como herramienta política.

Pablo Gómez

Las sociedades de varios países, principalmente en Latinoamérica (al menos en este último tiempo), se están expresando en forma masiva contra sus gobernantes. La movilización de miles y miles de personas pidiendo la renuncia de quienes han sido elegidos por medio del voto, parece ser la constante de este tiempo. Y esta protesta, al parecer, afecta tanto a gobernantes de derecha como a aquellos que dicen ser de izquierda; no hay diferencias de la ciudadanía a la hora de quejarse, y parecen tener un discurso en común: nos oponemos, somos miles, y queremos tu renuncia.

Parece haber además otro punto de acuerdo entre quienes se manifiestan: las convocatorias en general no son centralizadas, hasta casi anárquicas en algunos casos, generándose (aunque no siempre) el llamado a movilizar a través de redes sociales. Las redes son utilizadas, además, para generar la convocatoria directa, como medio indirecto, ya que los medios de comunicación tradicionales replican lo que se publica en ellas, haciendo llegar los anuncios al pequeño porcentaje de la población que está "offline". Porque, sepámoslo, en nuestra provincia (por poner un ejemplo de lo que nos toca cotidianamente) alrededor del 85% de la gente habilitada para votar utiliza alguna red social, sin importar si estas personas son pobres o ricas, viejas o jóvenes, o si son hombres o mujeres.

Esta "internetización" de la sociedad ha generado muchas ventajas, pero algunas situaciones complejas también. La supuesta democratización que entrega el uso de las redes sociales, que implica entre otras cosas que desde el presidente hasta una simple persona que habita el país pueden interactuar en un pie de igualdad, está generando una sobredosis de información que termina, en muchos casos, tapando con ruido lo realmente importante.

Sin dudas que toda la población debe tener derecho igualitario de elegir autoridades y de ser elegida; y están buenas también las opciones crecientes de democracia directa que permiten controles y participación más allá del derecho de votar cada dos años. Pero las redes han logrado que todas las personas tengamos derecho a hablar a la vez, lo que, extrapolado a lo que ocurriría en una conversación en la vida real, implica que en Argentina seamos cuarenta millones de personas dando nuestra opinión en el mismo momento, convencidas además de que nosotros tenemos "la justa" y que quienes piensan distinto están en el error. Este convencimiento de nuestra verdad y del error ajeno lleva, además, a una situación creciente en las discusiones en redes: cada vez es más común tratar de "nazi" a quien piensa distinto, sin importar lo que opine, simplificando (y minimizando) la barbarie producida contra millones de inocentes por aquellos extremistas, que ni de cerca es comparable con el lado de la grieta en el que cada persona se encuentre en una simple discusión por internet.

Este egocentrismo creciente está convirtiendo a una herramienta, que bien podría habernos servido para acercarnos entre los integrantes de una comunidad, en todo lo contrario. Sumado a esto, los sistemas de búsqueda y de priorización de datos de los principales servicios de internet detectan qué es lo que nos gusta y qué no, y nos colapsan con noticias que terminan fortaleciendo lo que sea que creamos, ayudándonos a encerrarnos, a cada una de las personas que participamos en estas redes, detrás de nuestro propio biombo que nos aparta de la realidad externa cada vez más.

Y es entonces cuando estas aplicaciones se vuelven una herramienta de oposición per se; de no estar de acuerdo, de queja continua, más allá de la justicia o no del reclamo. Y de allí a las calles...

Las movilizaciones generadas en estos días contra presidentes de distinta tendencia ideológica en países limítrofes, han sido multitudinarias. Pero, ¿han sido mayoritarias? Un millón de personas es mucha gente, muchísima, pero mucha menos de la que se necesita para elegir a quien presidirá un país, al menos en nuestra región. Esto implica que hay otros grupos que pueden juntar un millón de personas, y pensar exactamente lo opuesto a quienes se manifiestan hoy. Es cierto, un millón de personas en la calle es reflejo de muchas más que comparten desde sus casas sin manifestar, por lo cual puede que alcance para ganar una elección pero, ¿es común el reclamo, o solo un conjunto de oposiciones que difícilmente pueden cuajar en un proyecto a favor de alguna idea?

Y acá es donde el uso de redes sociales, que está tendiendo al fortalecimiento de las propias ideas más que al entendimiento de las de los demás, hacen su trabajo. Trabajo muy seguramente no ideado desde las empresas dueñas de estas aplicaciones, preocupadas principalmente en facturar y facturar; trabajo quizá sin una guía ideológica y sin un complot universal orquestado para dominarnos pero que, en definitiva, nos hace cada vez más individuos y menos sociedad.

Habrá quienes crean que esto es bueno. Habemos quienes opinamos que no. Con o sin internet, con o sin redes, las sociedades se van a salvar por sus puntos en común, aguantando las diferencias y tolerando. Los millones de las minorías deberán dejar gobernar a las mayorías, y éstas respetar a los opositores, sin extremismos ni recetas iluminadas, esperando que promuevan, como bien dice nuestra Constitución, el bienestar general. Si así no fuera, con razón o no... las redes sociales nos lo demandarán.

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