Editorial

Ya no se debate: directamente se pelea

La gente que llama a los medios lo hace para confirmar su opinión previa y no para enriquecer sus conocimientos y abonar el de los demás con argumentaciones. Actúa de igual manera que los políticos a quienes critica. Pero no siempre fue así.

Memo

La argumentación es un arte que puede hacer cambiar de opinión a personas que hasta ese momento pensaban de manera contraria en torno a algún tema. Solo es posible en personas formadas, que si bien pueden tener la intención de ganarse un seguidor más, no busca desaparecerlo de la lista de los que tienen derecho a opinar. Esto último si ocurre cuando en lugar de debatir una idea, un proyecto, un hecho, una posición, lo que se busca es pelear para anular al que opina distinto.

Eso es lo que está pasando, pero no siempre fue así. Siempre se ejercitó el arte del diálogo y la discusión. Esta última, a fondo y hasta enardecida, es menos violenta que el afán de refutación absoluta.

Durante mucho tiempo los políticos recurrieron a cruzar argumentaciones, sin que ello los hiciera dueños de la verdad total. Por el contrario, las exageraciones eran calculadas de modo de poder ceder en algo para llegar a un acuerdo. Se iniciaba un debate sabiendo que había que llegar a un punto de encuentro, enriquecido finalmente. Esto era así, salvo en instancias autoritarias en que directamente se apresaba o descalificaba a los disidentes: era mejor que no tuvieran la oportunidad de expresarse. En momentos como esos los argumentos eran malvenidos. Solo valía la "única verdad", algo que no existe y que es motor de las ideas más autoritarias.

Ahora hay una especie de "democratización del autoritarismo", en el cual cualquiera que pase por un medio de expresión, ya sean las redes, una llamada a una radio o un encuentro alrededor de una mesa, solo busca confirmar lo que ya cree, y en rara ocasión, enriquecer sus conocimientos con otros puntos de vista u opiniones. Muchos creen que cambiar en algo lo que pensaba es una derrota, como si se viviera en un permanente campeonato de la autoconfirmación individual, como si no existiera posibilidad alguna de compartir ideales.

Se pelea y no se debate. Lo hace la política y también el resto de la gente. Pero, ¿quién fue el primero en abandonar las argumentaciones para enfrascarse en las diatribas irresolubles? ¿Los políticos o el resto de la sociedad?

No hay ágora, sino ring.

Se vuelve necesario entonces, discutir si esos políticos a los que tanto se les reclama e insulta no son sino la expresión más fiel de una ciudadanía incapaz de ser mejores y actuar mejor, que sepa debatir en lugar de pelear, todo el tiempo.

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