El increíble hombre menguante
Un nuevo artículo de Roger Senserrich en Politikon.es pone en foco la situación de Donald Trump ante una derrota que le cuesta aceptar, mientras Biden avanza hacia la Casa Blanca.
Nada, o casi nada, ha cambiado en las elecciones presidenciales americanas. Biden sigue siendo el ganador, y parece cada vez más claro que acabará con 306 votos en el colegio electoral, con Arizona, Georgia, Pensilvania, Wisconsin, y Michigan en su casillero. Ese es exactamente el mismo número de votos que Trump consiguió en el 2016, una cifra que el actual presidente lleva cuatro años diciendo que fue una grandísima victoria. Biden también ganará el voto popular por cerca de cinco puntos, un margen cercano al de Obama en el 2008 (que ganó por siete) y mayor que el del 2012 (cuatro). Trump, obviamente, perdió el voto popular el 2016.
Lo que tampoco ha cambiado es la tozuda, enfermiza actitud del presidente a negar por activa o por pasiva que ha perdido las elecciones, soltando cosas totalmente normales como esta en Twitter:
Aparte de esto alegres GRITOS ASÍ CON MAYÚSCULA, también está enlazando videos conspiranoicos, soltando mentiras que ya han sido repetidamente corregidas sobre el recuento electoral, y en general comportándose como un chaval malcriado.
Que Trump sea un cretino a estas alturas no es una sorpresa, en parte porque bueno, Trump, en parte porque el tipo fue incluso capaz de cuestionar el resultado de unas elecciones que había ganado allá por el 2017. Que gran parte del partido republicano le esté siguiendo el juego sin apenas protestar, sin embargo, sí que es una sorpresa.
Los republicanos ahora mismo se dividen en cuatro categorías. Por un lado, tenemos los trumpistas desaforados y militantes, los tipos que están en Fox cada noche negando la realidad con el mismo entusiasmo que el presidente. En este grupo caben los idiotas terminales como Jim Jordan, congresista por Ohio, Lindsay Graham, el pagafantas oficial del senado, y ocasionalmente gente que se supone inteligente como Ted Cruz. También se sitúan viejas glorias del partido, como Newt Gingrich, y por supuesto, los leales al presidente en la Casa Blanca, incluyendo a sus hijos. Son sobre un 10% del partido, los últimos de Filipinas, el Trumpismo auténtico. Aquí un ejemplo de Jim Jordan:
En el segundo grupo tenemos a los que están con Trump pero sin gritar demasiado, encabezados por el líder del partido en el senado, Mitch McConnell. Esta gente se niega a reconocer que Biden es presidente, soltando vaguedades como que hay tiempo hasta que el colegio electoral vote, hay que dejar que la justicia actúe y que se investiguen todos los casos de irregularidades alegados por el presidente, y que deben contarse los votos legales y descartarse los ilegales. Sería una posición casi lógica si las denuncias del presidente tuvieran cierta entidad, pero hasta ahora no han presentado nada remotamente creíble en ninguna parte y se han llevado broncas de los jueces allá donde han tenido vistas orales. El caso más sonado (y que Lindsay Graham esgrimió sin descanso a todo aquel que le pusiera un micrófono delante) resultó ser un montaje. Darle el beneficio de la duda a Trump es casi insultante, pero eso es lo que está haciendo un buen 20-30% del partido.
En el tercer grupo tenemos a mis republicanos favoritos, los héroes (en privado). Son todos aquellos que están plagando las páginas de los periódicos en las que se informa que muchos republicanos (en privado) no están de acuerdo con lo que dice Trump, pero que no lo dicen en voz alta porque bueno, hoy es miércoles, y llueve, y oye, dejad que Trump se distraiga, o porque temen que Trump los mire mal. Este es, sin duda, el grupo más nutrido dentro de los conservadores; casi todos llevan así desde el 8 de noviembre del 2016, esperando su momento para romper con Trump. No lo harán nunca porque entre sus convicciones morales y el miedo que le tienen al presidente y sus bases prefieren vender su alma al diablo, muchas gracias, y qué se le va a hacer.
El último grupo son los republicanos que están de vuelta de todo, los cuatro que todavía tienen algo de vergüenza ajena, y un grupo cada vez más nutrido de notables del partido retirados. Aquí está Mitt Romney (que es alguien genuinamente decente), Susan Collins, Ben Sasse, y también gente como H.R. McMaster o Karl Rove. Sea por decencia democrática, sea por patriotismo, sea porque creen que lo que más conviene al partido es que Trump se largue, son los que han felicitado a Biden y pedido que empiece la transición entre administraciones.
Mientras el partido se debate entre el baboseo y la decencia, Trump se ha dedicado a hacer algo que es difícil dirimir si es troleo, negación de la realidad o tomar pasos para intentar hacer una burrada para conservar el poder. Ha renovado la cúpula del Pentágono, prohibido a las agencias federales que trabajen con el equipo de transición de Biden, su departamento de justicia ha autorizado investigaciones, y flirteado con pedirle a los legisladores republicanos de los estados en que está perdiendo que tiren el resultado de las elecciones a la basura y nombren compromisarios trumpistas para el colegio electoral.
Y como todo en esta Casa Blanca, es difícil saber si están troleando, si hay gente fingiendo hacer cosas para contentar al presidente, o si el hombre ha perdido el contacto con la realidad por completo y está delirando. Si todo esto es un chiste, es francamente irresponsable hacer bromas sobre dar un golpe de estado, y si no lo es, esta especie de perfomance/terapia para que Trump se sienta que está al mando es la enésima situación delirante de esta administración. Dudo mucho de que nada de lo que están haciendo sea en serio, y creo que nadie en la Casa Blanca aparte de Trump y Giuliani (que es idiota) tiene la más mínima esperanza de mantenerse en el cargo, pero de nuevo, qué narices es esto de hacer bromas con un golpe de estado.
Fuera de la Casa Blanca, el lamentable servilismo del partido republicano tiene una explicación relativamente sencilla, aunque no menos patética: Georgia. El cinco de enero, Georgia celebrará la segunda vuelta de las elecciones para sus dos escaños en el senado. Si los demócratas ganan ambos, quedarán 50-50 en la cámara alta, con la vicepresidenta Harris rompiendo empates. Decir que estas elecciones son importantes es poco, y por lo que parece, Trump ha amenazado con reventarlas y decirle a los suyos que se queden en casa si sus "compañeros" de partido no le dan la razón en su cruzada quijotesca para mantenerse en el poder.
"We need his voters," Senator John Thune of South Dakota, the second-ranking Republican, told reporters on Wednesday. "Right now, he's trying to get through the final stages of his election and determine the outcome there. But when that's all said and done, however it comes out, we want him helping in Georgia."
No es una decisión irracional, ciertamente, pero no la hace menos vergonzosa. Es el resultado de estar cuatro años riéndole las gracias a un cretino.
Will Saletan, en el 2016, mucho antes de que Trump fuera elegido, escribió que el partido republicano es un estado fallido y Trump es un señor de la guerra. Cuatro años después, creo que sigue siendo la mejor descripción de lo que le ha pasado al GOP.
Bola extra:
Un pequeño recordatorio sobre los horrores del colegio electoral: basta cambiar 45.000 votos (15.000 en Wisconsin, Arizona y Georgia) para provocar un empate a 269 en el colegio electoral que enviaría las elecciones a la cámara de representantes y daría la victoria a Trump. Lo que decíamos en el último artículo, vamos.Sobre qué hará Trump y su interacción con el partido republicano una vez fuera de la Casa Blanca hablaremos otro día, pero será una historia fascinante.Si queréis avisar sobre casos de fraude electoral, la campaña de Trump ha puesto un número de teléfono para recoger denuncias de irregularidades. Yo he llamado varias veces ya para quejarme sobre como el chupacabra se comió mi papeleta. Haced lo mismo, que les gusta mucho.Otro detalle del que quiero hablar otro día: los condados donde ha ganado Biden concentran un 70% de la actividad económica de Estados Unidos. Los que ha ganado Trump, un 29%. Esto no es nuevo: en el 2016, los condados donde ganó Hillary representaban un 64% del PIB.